jueves, 10 de diciembre de 2020

Odalys Interián. La poeta ante la muerte. Por Valentín Enrique García Fernández

 


Odalys Interián. La poeta ante la muerte. 

Dónde pondrá la muerte su mirada, es algo más que un inmenso valle de lágrimas, es desafío y valor ineludible para confrontar la muerte. Del pulso de Odalys dragamos en el alma y el pensamiento, y en el crudo proceso que siente el ser humano tras la pérdida. Los poemas expeditamente se identifican con la negación, el enfado, la negociación, el dolor emocional y la aceptación definitiva; fases conductuales, trazos indelebles en el tapiz del espíritu después de la partida física de quién se ama.

Un viaje, íntimo, místico, confesional escrito con la firmeza y el ardor que se sabe forzoso para el alivio. No hallaremos mirada fácil sino insistencia, verticalidad, latido, pulsación, recogimiento, y sangre hirviente destilando del duelo íntimo. En estos poemas nada es arreglo o avenencia con lo lúgubre ni la alegoría pensada. Es un afilado escrutinio en el silencio recóndito y los sentimientos; en el dolor y en lo sufrido.

Dónde pondrá la muerte…, título del libro, tiene dos secciones: “Nadie vendrá ahora salvo la muerte” y “Dónde pondrá la muerte su mirada” que titula la segunda sección del libro. Ambos conciertan de algún modo con el emblemático poema “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” de Césare Pavese. La cita no es simple ornamento y sí gesto cómplice con los versos del poeta italiano. Incluso uno de los versos del poema de Pavese “La muerte tiene una mirada para todos” encuentra eco en el poema de Odalis, cuando dice: Para todos tiene la muerte una mirada, /La muerte es contemplación /un espasmo real /algo que nos va organizando /una ruta/ y una verticalidad.

La invitación es extensa, ¡92 poemas!: Nadie vendrá ahora… (76 poemas) y Dónde pondrá la muerte… (18 poemas). Para un lector habituado a leer poesía puede resultar una fiesta, para cualquier otro lector, intimidante. Pero la extensión de este poemario, Odalys la sabe ineludible. En Nadie vendrá ahora salvo la muerte, cada poema es un pequeño drama que engarza con el siguiente en ordenación ajustada, única manera de tener una visión integral de la magnitud de la tragedia. Bienvenida la poesía de largo aliento, y la poeta que en todo momento rehúye el tremendismo. Gracias a su madurez humana y lírica, un tema que garantizaba lo mórbido no nos ingresó los demonios en el cuerpo.

Nadie vendrá ahora salvo la muerte, asegura la poeta mientras se sacude el horror frente a su abuela moribunda. Dónde pondrá la muerte su mirada, dedicada a la poeta Eunice Odio, pregunta y a través de los títulos dice: “Vida respírame”, se confiesa no estar sola, tiene heridas llenas de palabras y ya ha entendido el fatal destino de las luces. En uno la poesía es dolor y desgarro, en el otro temblor y respiro. En uno pesa el silencio, y en el otro el discurso se hunde en el ruidoso perfil de una rosa.

Dónde pondrá la muerte…, obedece más a una necesidad de sanación, consuelo, conforte y por qué no, también ofrenda y homenaje, que al mandato de revelar la experiencia de asistir al viaje final de la abuela y para situarnos en el espacio de Dónde pondrá la muerte… es preciso despojarse de la aureola romántica de que nacimos para finalmente ser de ella.

Existe una verdad: la muerte está en el inconsciente y en el ADN de cada persona; a pesar y a contrapelo de cualquier subterfugio para evitarla. Por impolítica, la soslayamos y aislamos del pensamiento, no tiene “velas” en nuestros actos ni diálogos. No importa cuál sea el final o si Dios y la naturaleza tienen la clave y el poder soberano para decidir sobre nuestras vidas.  Puntualmente, objetamos las supercherías “polvo somos”, “no olvidemos que estamos en este mundo, pero no somos de este mundo”. En realidad, nos negamos a la muerte tanto como nos tiemblan las carnes y no aspiramos a ser ceniza, y Sí, También pertenecemos a este mundo y de ese valle, aunque sea de lágrimas, no quisiéramos irnos nunca.  

La muerte quiebra el ánimo, el cuerpo y el pensamiento y desde niños ella se las apaña para liarse con nuestro inconsciente. Y aunque no queramos viviremos envueltos en ese “espirálico” juego: nacer, crecer y morir. Mas, algún día moriremos, es nuestra espada de Damocles, y al acecho. Ya nunca más nos deja, y el efecto es ruinoso a largo plazo. No es el propósito de Odalys invitarnos al caos a pesar del surtidor de excitaciones invasivas en nuestra conciencia. La aprensión, la zozobra y las señales de alarma donde cada temblor disimula el desconcierto: Miedo a morir. El terror a caer en cama, a una postración, a ver un médico, a ingresar en un hospital; en fin, la calamidad haciendo de las suyas.

Odalys fue invadida, estuvo allí pulsando con el horror y con acierto nos deja entrever que la latencia de la muerte no solo nos acerca al dolor, a ese final inexplorado sino también al sentido que damos a la vida, al cúmulo de aciertos y errores, y a los incidentes y las luces que en el devenir diario pasamos por alto. Podríamos creer con ella y con Soren Kierkegaard que la vida no es un problema para ser resuelto sino una realidad que debe experimentarse porque la vida no puede ser comprendida hacia atrás, sino que únicamente puede ser vivida hacia adelante.

Aunque el dolor nos aguijoneé todo el tiempo, Dónde pondrá la muerte… no transita por una calle sin salida ni provoca abatimiento, hay una química antiestrés que arría al miedo e inunda tu cuerpo, y te impulsa a ver la vida de una forma superior. No es un manual de miedos y lamentaciones ni una lectura de fronteras imprecisas prestas para el lloriqueo. He ahí su capital mérito.

Desde su anuncio. La muerte es esto: una anticipación, nos enrolamos en su itinerario punzante. “Y no dije no” traspira un fresco optimismo, nacido de fe entrenada y profunda, de convicción inexpugnable, que solo viene de Dios. Y no dije no/dije esperemos. /Yo quería alargar la muerte /alargar el minuto de muerte final /el soplo que vive en nosotros /el fruto pródigo de esa luz /que escapa de los vértigos.

 

En “Me preguntan por cada cicatriz” empieza a contar el dolor cosido en la piel como un tramo de memoria vacía. Y cuando ronda el fantasma de la muerte asistida, supuesta bondad humana, asidero fiable para el final, ella no aplaude piensa en la abuela que no sabe lo que quiere. Auxilio, un color morado bajo la luz, alcohol, agujas, vigilia, letargo, yo y la abuela diminutas, estoy de pie por ti, darse contra un Mundo, de la Dickinson, “El cuervo de Poe”, “Y la muerte no tendrá dominio” de Dylan Tomas inspiran junto con ella.

Pero fue la comunión con Dios quien salvó a Odalys del largo horror, que ella compara con un campo de exterminio. Solo con Él, ella, fiel devota, rodilla en tierra, pudo resistir la presión durante tantos meses, la atmósfera enrarecida de un cuarto esterilizado de hospital. Grita: No más asaltos en la carne, /no más alargue al sufrimiento. Ella protesta… Dejen de decir esta es la realidad y no hay otra.../Dejen de insistir/ de jugar a ser Dios, / para luego descargar su tranquilidad calada de certeza: … Algunos piensan en rendirse/yo no/a pesar del cansancio/ de ese manojo de tormentas aventadas/ de esta espiral terrible/que se ha vuelto la noche. /

Antes de concluir la lectura sabemos que el adiós final es rompimiento algo se rompe dentro, no importaba lo que se haga, no se puede reparar y solo queda el sentimiento. Odalys nos emplaza a descifrar los insondables misterios de quien seguirá en el camino para recordar al ser que parte. En poemas cocinados primero en el alma y luego madurados en el proceso de escritura está palpable el amor y el recuerdo. Entre poema y poema, entre verso y verso, en medio del desgarro, la ironía y el resentimiento, aferrados y húmedos, nos adentramos de la mejor manera al desastre de la despedida. Es una garantía hacerlo cogidos de su verso justo, en una red de amor categórico, como lo hizo Dante de la mano del gran Virgilio en su descenso al infierno. Y gracias, por permitirnos la complicidad y el compartir los vértigos y los miedos de esa muerte inquieta que no cree en atenuantes ni plazos.

Ella supo que cuando la muerte llega es duro el equilibrio y el sentido de la vida. Este poemario brinda la ocasión de atrevernos contra nuestra mortalidad y nos ofrece una luz de acceso a nuestra eternidad. Pienso que lo más valioso que Odalys, entregada a su cuidado hasta el final, pudo ofrecerle a su abuela fue conmemorar como fue, convencerse que su presencia no iba a expirar con la muerte física. Ella pudo despedirse de su abuela, lo dice, esperé de pie a la muerte/ para entregársela; y quizás pidió con humildad que cuando el señor la acogiera pudiera dormir en paz. En los Sermones de Meister Eckhart, decía que el sufrimiento era intolerable para quien sufre por sí mismo, pero era ligero para quien sufría por Dios, porque en ese caso era Dios quien llevaba la carga, aunque ella contenga el sufrimiento de todos los hombres. Es este libro de reflexión y crecimiento, de razones y continuidad, útil para llevarlo a mano y flotar en la luz cuando sea necesario, Dios nunca dejó de estar a su lado.

Lo supe en aquella aula del Centro Cultural Dulce María Loynaz, desde que me diera a leer sus primeros poemas, desde que percibí que ella podía descargar su sensibilidad en una hoja de papel porque todo estaba a su favor: fe, perseverancia, soltura y talento, sangre y sustento presente en su poesía. Es muy estar en estado de gracia.

Después de diez larguísimos años, en que las circunstancias nos llevaron en distintas direcciones, y cuando aún era memoria el lanzamiento de su cuaderno Respiro invariable presentado por el excelente poeta Jesús David Curbelo, en La Casa de la Poesía de La Habana, nos reencontramos salvando las distancias. Recuerdo le comenté que no tenía más remedio que continuar creciendo.  Nuevamente me convence la poesía de Odalys, y más allá de conocerla no cuesta decir que con este libro ingresa en la galería de poetas que prestigian las letras cubanas, qué pena que una editorial del país al que ella ama con delirio, la tuviera en cuenta en uno de sus catálogos. 

 

Valentín Enrique García Fernández

Alamar, Cuba

26 y 27 noviembre 2020

 

 

 

 


 

 Datos biográficos

Valentín Enrique García Fernández

Lugar de nacimiento: Manzanillo, Granma. 19 de julio de 1959

Cónyuge. Mireya Gener Carmona/ 2 hijas

Estudios primarios en la provincia Granma. En 1971 se muda a La Habana.

Graduado de Técnico en Explotación del Transporte. Instituto Politécnico José R. Rodríguez, La Habana, en 1978.

Graduado del 2do Diplomado de Historia y Creación Poética del Centro Cultural Dulce María Loynaz, La Habana, en 2006.

Mención en Concurso "Farraluque", de Poesía Erótica 2002

Premio de Poesía "José Antonio Echeverría" de la Universidad de La Habana, 2003

1ra mención Concurso Nacional de Cuentos "Ernest Hemingway", 2005

2do Premio en el Concurso "Farraluque", en Cuento. 2002, 2010

Reseñas y comentarios suyos han sido publicados en revistas nacionales. Tiene inéditos 2 poemarios: Cuestión de Juegos y El flujo de lo Real y el libro de cuentos “Criaturas del naufragio".

Tiene publicado el libro: Pausas para sabernos en la esperanza Editorial Dos Islas Miami 2020.