lunes, 22 de junio de 2020

LO QUE NACE DE LA MUERTE



LO QUE NACE DE LA MUERTE

 

Después de plantar su pica en Flandes con el libro Donde pondrá la muerte su mirada, de exquisita labor de orfebrería poética, era conjeturable que Odalys Interián habría invertido todas sus reservas en lo que atañe a un tema tan abrasivo como la muerte. No en balde la sorpresa y el deslumbramiento que ocasionan la aparición de este nuevo poemario, Te mueres, se mueren, nos morimos, desde cuya primera pieza, Homenaje, dedicada al reciente fallecimiento de Lilliam Moro, salta a la vista la fecundidad que aún está en condiciones de exhibir ante hechos tan tristes como el de: “Una poeta tendida ahí/en el espanto primero de la luz/en el naufragio sordo del silencio”.

 

Según Pessoa, en lo que nace, tanto podemos sentir lo que nace como pensar en lo que ha de morir. Odalys parece haberlo parafraseado con la creación de este nuevo poemario, sólo que invirtiendo los términos: en lo que muere, tanto podemos sentir lo que muere como pensar en lo que ha de nacer. Quizás no sea la única lectura posible, pero ninguna otra explica mejor por qué ha vuelto tan pronto sobre las andadas con la muerte. Y de qué forma, exprimiendo el lenguaje para succionar hasta sus últimas gotas de savia.

 

Consciente tal vez de que el acto de morir no constituye sino otro paso entre estos sombríos pedregales (y no necesariamente el último, ni el peor o el mejor, sólo el más triste para quienes quedan vivos), la poeta demuestra haberse encaminado hacia su nuevo careo con la muerte llevando por delante el plan de validar esa justa armonía entre dolor y esperanza que todo deceso nos deja. “Es ineludible reinventarse /ir hacia adentro/partir/repartir/un tramo de memoria/un resto de candor/dividirse/en esa ardua frontera/entre trueno y palabra”. Es un pormenor en el que creo notar cierta diferencia entre los dos libros. Mientras que Donde pondrá la muerte su mirada concede un mayor énfasis al desgarramiento, a la angustia por lo irremediable de lo que suponemos el fin de la existencia, Te mueres, se mueren, nos morimos, abre paréntesis a la resignación, se atiene más al confortante uso de la dialéctica, recurso mediante el cual llega incluso a ironizar, restando deliciosamente gravedad al tema: “Ni siquiera la muerte

nos acercará a la libertad/ni siquiera estar muertos/nos dará una apariencia gloriosa”.


Por lo demás, apenas resultan distinguibles otras disparidades entre estos dos poemarios. En ambos deposita la autora semejantes dosis de pasión. En ambos prevalece por igual el ritmo, el poder de síntesis y la consistencia del verso, aliñados con esa suerte de fuerza hipnótica que nos invita o nos impele a leer sin pausas. En los dos libros brilla idénticamente la profusa torrentera que tipifica todo el quehacer de Odalys. Casi podría decirse que Te mueres, se mueren, nos morimos, viene a ser el complemento perfecto de Donde pondrá la muerte su mirada. Pero en rigor, ninguno de estos libros necesita ser complementado. Son dos átomos con sus propios núcleos centrales y provistos para orbitar independientemente dentro de ese mágico organismo que es la poesía.

                                                                                                   José Hugo Fernández. 














MUERTO VIVO EN SILKEBORG




Con MUERTO VIVO EN SILKEBORG, otra vez estamos invitados a una deliciosa lectura. Son 28 relatos (algunos muy breves), donde el autor consigue llevarnos de la mano, gracias a la claridad, el ritmo del lenguaje, el interés que despiertan los temas, el mensaje y la tensión y emoción que provocan la rapidez con que se desarrollan —sin ser superficiales— y logran recrear caracteres y ambientes, además de analizar los sentimientos más íntimos de sus personajes. En este conjunto, el autor no sólo nos muestra una realidad bien particular, sino que participa de ella. Con la recreación de sus pasiones e impresiones, parece contarnos su propia versión de la vida, sin perder esa mirada dramática y dinámica del mundo, pero menos sombría que la que describen sus contemporáneos. Impacta no sólo el argumento y la frescura de su narrativa, sino la forma en que logra comunicar lo que él desea, sin ataduras, ni estigmas, y donde sobresale la agudeza y sensibilidad del escritor, todo esto conjugado con una brillantez estilística y la limpieza de la espontaneidad...

Recomiendo leer este libro y en general a su autor, uno de los escritores más sobresalientes de la actual narrativa cubana, con más de una veintena de obras publicadas. Para mí en particular, es una de las personas más lúcidas e inteligentes que he conocido, y un creador que siempre sorprende y que además logra transmitir alegría con sus textos. El humor, en su caso, más que ser parte de un estilo, es una visión de la vida, un resorte que conlleva una actitud comprensiva, sonriente, benévola, paternal, (por ser la ternura una de sus divisas), capaz de aliviar el dolor y los ayes que nos acompañan, a la vez que nos hace reflexionar acerca de acontecimientos trascendentales de la existencia.  

                                                                                                                                     Odalys Interián. 



  

Donde el tiempo se ha roto


Poseedor de un lenguaje sensitivo, lleno de matices que en ocasiones reflejan un paisaje jubiloso, y en otras nos deja ver los propios temores a los que se enfrenta el poeta.
Miro el presente violento
en los cuencos vacíos
de los ojos
un cuello...
y una soga marcada allí.
La esperanza surge igual que el sol —nos dice—, la presunción de los días cercanos es un bisturí extirpando las entrañas, ser poeta es algo más que proponerse interpretar el mundo y hallar respuestas a todos los retos de la vida. La escritura poética es reveladora, la acción y el propio acto de creación, que pone en términos de imaginación circunstancias y realidades de la vida. O, incluso, las realidades íntimas del poeta que el mismo desconoce y descubre también cuando las escribe. Para Carlos Alberto aprender significa sumergirse él mismo en las cosas hasta que su naturaleza intrínseca se nos torna manifiesta y estimule el impulso poético. Un pensamiento tan bien expresado en estos versos: lo cotidiano /que rompe con su hacha /intransigente /pausado /bajo el molde del subconsciente.
Viví en alguna rendija
de un cielo roto
donde el destino no posó su vista
permanecí inmóvil entre tus ángeles
que no me recordaron.
Fui el antes y el después...
el vuelo atrasado
de un reloj a destiempo
Segundero desprendido del tic tac
soñando con marcar
el tiempo exacto.

domingo, 7 de junio de 2020

Deshabitándonos del tiempo





Estoy ahora, al borde de la idea

en el destino abierto del lenguaje

disipándome

al ritmo de la sombra;

sondeando lo que está en mí

y desconozco.

 

Mis pensamientos se presentan

como criaturas dejadas en la penumbra.

Donde las ideas son: trillos

calles, avenidas.

Paseando

en cada estación del año

en un examen diferente

frente a esas metáforas

que determinan las sombras.

 

Hundiéndose en el invierno de hoy

en este París melancólico

abierto a la mitad

en sus mutilaciones odiosas.









Un ala
para quedarme
para sentir como mujer el verso
y versar
y traer un signo a la muerte
otra metáfora.
Serenísima un ala
una misma visión
para quedarme
y multiplicar
alas
un vaivén que ayude
un equilibrio
para apuntalar
y sostener la vida.







Imagen tomada de la red.

sábado, 6 de junio de 2020

Parábola de Belén con los pastores



La simulación es lo único que no se simula, la ficción es la realidad última.

Eric Bentley


Dios le teme a los hombres. Anoche me lo dijo, cuando lo desperté para preguntarle por qué vuelan los pájaros. ¿De nuevo con esa bobería, Belén? Y con la misma se viró al otro lado para seguir durmiendo. Mas yo sé dónde le duele a Dios, lo conozco como si lo hubiera parido. Padre –lo pinché–, perdona, pero no entiendo cómo puedes roncar a pata suelta mientras en tu valle de lágrimas las cosas andan como el tren eléctrico de Casablanca, reculando y a ciegas. Si los que planifican la hecatombe se la pasan destrenza que destrenza ecuaciones hasta altas horas, con ojos como platos; si el hambre dilata las retinas a la vez que retuerce las tripas; y si, en fin, cada día están más insomnes los fantoches, los esbirros y los fariseos…

Con este diálogo entre Belén y Dios comienza Parábola de Belén con los pastores, novela (publicada en el año 2010) donde José Hugo Fernández nos presenta a Belén, la loca del barrio Cocosolo, en Marianao, una infeliz marcada con la piedra negra y a cuya sombra ni los perros se arriman. Una total irreverente, con esa desfachatez y sinceridad que le confiere la locura, una desquiciada por sucesivos traumas que no respeta nada ni a nadie, ni siquiera a Dios, que, según ella, es su vecino, o su igual, y con el que sostiene simpáticas discusiones. La voz que le otorga José Hugo a esta mujer es profunda, inteligente, conmovida, dueña de una especial lucidez, enriquecida por un agudo instinto. Sus palabras están llenas de extrañas filosofías y de una tristeza que no tiene remedio. Y es que la pérdida de seres queridos, sobre todo la pérdida de hijos, es motivo más que suficiente para la demencia.

Pero lo cierto es que Belén no está ni enteramente loca ni enteramente cuerda. Desapego y ternura, amor y odio, genialidad y torpeza, sordidez y generosidad componen la vibrante personalidad de esta mujer que por momentos nos hace dudar de su locura por los aciertos y la contundencia de las cosas que dice o hace, quizás porque la locura no puede vivir sin un poco de razón, como intentaba advertirnos Erasmo de Róterdam en Elogio de la locura: La razón, para ser razonable, debe verse a sí misma con los ojos de una locura irónica.

La literatura y la vida real están llenas de cuerdos locos, partiendo del ejemplo del rey David, quien, al sentir temor por su vida, disfrazó su cordura y se propuso engañar al rey de Gat haciendo garabatos en las puertas y dejando que la baba le rodara por la barba. Todavía hoy, la locura puede ser utilizada para defensa ante cargos criminales, como el caso del poeta Ezra Pound, declarado paranoico por los psicólogos para librarse de una pena de muerte. Cervantes y Shakespeare utilizaron la locura de sus protagonistas para criticar la realidad de su tiempo. Nos exhibieron sus personajes locos en circunstancias difíciles. Pero si Hamlet se hace muy escéptico, y sospecha de las palabras del fantasma de su padre, y de todos, hasta de sí mismo; y, por el contrario, Don Quijote tiene una fe firme, y nunca duda de su fe, Belén se ha nutrido de todos esos locos que la antecedieron, despotrica contra todo (hasta contra su Yave querido) y parece aseverar el viejo dicho del diablo: Piel por piel. (Y) El hombre dará todo lo que tiene por salvar su vida.

Mira, Dios, perdóname…, fui a la iglesia en busca de consuelo para el alma, pero como vi que sólo me ofrecían resignación, pensé que de momento lo único que valía la pena era tirarle al consuelo de mi barriga.

Foucault consideró que la locura tenía una fuerza primitiva de revelación. También debe creerlo José Hugo por la forma en que trata el tema, y por lo que le añade al personaje. Con un enfoque divertido, narra el itinerario de un alma que busca recuperar la inocencia, cansada del hastío, la desilusión y la angustia en que vive. Y es que nadie sabe a ciencia cierta lo que es la locura, lo que se sabe es que lo irracional no puede explicarse racionalmente. Belén manifiesta locura en sus palabras mientras demuestra cordura en sus acciones. Su preocupación por la situación precaria de los seres humanos es sincera, e insiste en el deseo de mejorar el mundo; pero la triste realidad pronto la convence de que es demasiado frágil e insignificante para cambiar alguna cosa. Y no le queda más remedio que ocultar su sabiduría con simulaciones.

En lo testimonial de la novela y el penetrante lenguaje dialogan textos de la tradición judeocristiana y la sátira de las novelas picarescas desde Quevedo, todo nutrido por intertextos literarios y culturales. Critica al hombre en el apego a sí mismo y en su incapacidad de ver, en la mentira, la verdad que se burla de la hipocresía religiosa y del oportunismo de un sistema que declaró al Estado ateo y donde santeros, cristianos y espiritistas tuvieron que sumirse en las sombras para luego propiciar una apertura que solo llevaría a una religiosidad enferma y a una fe manipulada y manipuladora. En ese sentido, el autor de Parábola de Belén con los pastores nos declara un juicio arraigado en la lucidez y en su personal manera de interpretar la vida. Si bien es cierto que la mayoría de las religiones han fracasado en mostrar amor genuino, y una fe sin hipocresías, esta novela nos ofrece un claro contraste entre aquellos que prefieren la falsedad y demuestran ser de la clase de Esaú, que se venden por un plato de lentejas y no muestran ningún respeto por las cosas sagradas, tan bien representada con Belén: lo tuyo en las iglesias es responder amén a todo lo que se hable, con la jaba abierta todo el tiempo para lo que caiga, y punto, con la clase que prefiere la devoción pura, incontaminada, aunque eso conlleve a ser perseguidos y marginados.

Porque hay algo más peligroso que la locura y es la hipocresía. Y más peligroso que el deterioro económico es el deterioro espiritual. Es la lección que nos deja esta Parábola. Y como toda parábola trae implícita una comparación, encontramos similitudes con el tiempo de Jesús, donde se evidenciaba la falta de espiritualidad y la pérdida de valores. Recordamos la advertencia: Tengan cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Jesús dejó al descubierto la falsedad de aquellos guías ciegos que llevaban al rebaño a más oscuridad espiritual, los sepulcros blanqueados, que les gustaba tanto aparentar ser limpios y puros; pero que en su interior estaban llenos de robo, engaño e inmundicia. Parábola de Belén nos pinta un cuadro vivísimo y profético del tiempo en que crecerían juntos el trigo y la mala hierba, ilustrando a Babilonia la grande, llamada también la madre de todas las rameras (representada en la Biblia como un conglomerado de religiones y no solo cristianas, quien se ha convertido en guarida de demonios, (y) donde están al acecho todos los espíritus impuros) en su acostumbrada fornicación con los reyes de la tierra.

Y él (Dios): supongo irás a contarme que por allá abajo, en esa isla donde vives, se habla ahora de un milagroso resurgimiento de la fe y que finalmente le han sacudido telarañas a las puertas de los templos.

¿No es eso, Belén? Y yo: sí, más o menos. Y él: pues no constituye noticia para mí, lo sabía, como también sé que los políticos y los evangelistas, que hasta ayer de tarde se pedían la cabeza, andan en luna de miel, tirando juntos los anzuelos en el río revuelto de la intemperie espiritual y la desesperación humanas.

He sabido que el autor escribió esta novela en una de las peores etapas de su vida. Por eso llama la atención como recurre al humor para abordar tópicos políticos-religiosos y crear universos transitados por la parodia y el sarcasmo, donde no faltarán las máscaras, el disfraz perfecto de la simulación, porque el ser humano es en esencia un artífice de la ficción de sí mismo y del mundo.

Dios le teme a los hombres. Anoche me lo dijo, cuando lo desperté para preguntarle por qué vuelan los pájaros. ¿De nuevo con esa bobería, Belén? Y con la misma se viró al otro lado para seguir durmiendo. Mas yo sé dónde le duele a Dios, lo conozco como si lo hubiera parido. Padre –lo pinché–, perdona, pero no entiendo cómo puedes roncar a pata suelta mientras en tu valle de lágrimas las cosas andan como el tren eléctrico de Casablanca, reculando y a ciegas. Si los que planifican la hecatombe se la pasan destrenza que destrenza ecuaciones hasta altas horas, con ojos como platos; si el hambre dilata las retinas a la vez que retuerce las tripas; y si, en fin, cada día están más insomnes los fantoches, los esbirros y los fariseos…

Con este diálogo entre Belén y Dios comienza Parábola de Belén con los pastores, novela (publicada en el año 2010) donde José Hugo Fernández nos presenta a Belén, la loca del barrio Cocosolo, en Marianao, una infeliz marcada con la piedra negra y a cuya sombra ni los perros se arriman. Una total irreverente, con esa desfachatez y sinceridad que le confiere la locura, una desquiciada por sucesivos traumas que no respeta nada ni a nadie, ni siquiera a Dios, que, según ella, es su vecino, o su igual, y con el que sostiene simpáticas discusiones. La voz que le otorga José Hugo a esta mujer es profunda, inteligente, conmovida, dueña de una especial lucidez, enriquecida por un agudo instinto. Sus palabras están llenas de extrañas filosofías y de una tristeza que no tiene remedio. Y es que la pérdida de seres queridos, sobre todo la pérdida de hijos, es motivo más que suficiente para la demencia.

Pero lo cierto es que Belén no está ni enteramente loca ni enteramente cuerda. Desapego y ternura, amor y odio, genialidad y torpeza, sordidez y generosidad componen la vibrante personalidad de esta mujer que por momentos nos hace dudar de su locura por los aciertos y la contundencia de las cosas que dice o hace, quizás porque la locura no puede vivir sin un poco de razón, como intentaba advertirnos Erasmo de Róterdam en Elogio de la locura: La razón, para ser razonable, debe verse a sí misma con los ojos de una locura irónica.

La literatura y la vida real están llenas de cuerdos locos, partiendo del ejemplo del rey David, quien, al sentir temor por su vida, disfrazó su cordura y se propuso engañar al rey de Gat haciendo garabatos en las puertas y dejando que la baba le rodara por la barba. Todavía hoy, la locura puede ser utilizada para defensa ante cargos criminales, como el caso del poeta Ezra Pound, declarado paranoico por los psicólogos para librarse de una pena de muerte. Cervantes y Shakespeare utilizaron la locura de sus protagonistas para criticar la realidad de su tiempo. Nos exhibieron sus personajes locos en circunstancias difíciles. Pero si Hamlet se hace muy escéptico, y sospecha de las palabras del fantasma de su padre, y de todos, hasta de sí mismo; y, por el contrario, Don Quijote tiene una fe firme, y nunca duda de su fe, Belén se ha nutrido de todos esos locos que la antecedieron, despotrica contra todo (hasta contra su Yave querido) y parece aseverar el viejo dicho del diablo: Piel por piel. (Y) El hombre dará todo lo que tiene por salvar su vida.

Mira, Dios, perdóname…, fui a la iglesia en busca de consuelo para el alma, pero como vi que sólo me ofrecían resignación, pensé que de momento lo único que valía la pena era tirarle al consuelo de mi barriga.

Foucault consideró que la locura tenía una fuerza primitiva de revelación. También debe creerlo José Hugo por la forma en que trata el tema, y por lo que le añade al personaje. Con un enfoque divertido, narra el itinerario de un alma que busca recuperar la inocencia, cansada del hastío, la desilusión y la angustia en que vive. Y es que nadie sabe a ciencia cierta lo que es la locura, lo que se sabe es que lo irracional no puede explicarse racionalmente. Belén manifiesta locura en sus palabras mientras demuestra cordura en sus acciones. Su preocupación por la situación precaria de los seres humanos es sincera, e insiste en el deseo de mejorar el mundo; pero la triste realidad pronto la convence de que es demasiado frágil e insignificante para cambiar alguna cosa. Y no le queda más remedio que ocultar su sabiduría con simulaciones.

En lo testimonial de la novela y el penetrante lenguaje dialogan textos de la tradición judeocristiana y la sátira de las novelas picarescas desde Quevedo, todo nutrido por intertextos literarios y culturales. Critica al hombre en el apego a sí mismo y en su incapacidad de ver, en la mentira, la verdad que se burla de la hipocresía religiosa y del oportunismo de un sistema que declaró al Estado ateo y donde santeros, cristianos y espiritistas tuvieron que sumirse en las sombras para luego propiciar una apertura que solo llevaría a una religiosidad enferma y a una fe manipulada y manipuladora. En ese sentido, el autor de Parábola de Belén con los pastores nos declara un juicio arraigado en la lucidez y en su personal manera de interpretar la vida. Si bien es cierto que la mayoría de las religiones han fracasado en mostrar amor genuino, y una fe sin hipocresías, esta novela nos ofrece un claro contraste entre aquellos que prefieren la falsedad y demuestran ser de la clase de Esaú, que se venden por un plato de lentejas y no muestran ningún respeto por las cosas sagradas, tan bien representada con Belén: lo tuyo en las iglesias es responder amén a todo lo que se hable, con la jaba abierta todo el tiempo para lo que caiga, y punto, con la clase que prefiere la devoción pura, incontaminada, aunque eso conlleve a ser perseguidos y marginados.

Porque hay algo más peligroso que la locura y es la hipocresía. Y más peligroso que el deterioro económico es el deterioro espiritual. Es la lección que nos deja esta Parábola. Y como toda parábola trae implícita una comparación, encontramos similitudes con el tiempo de Jesús, donde se evidenciaba la falta de espiritualidad y la pérdida de valores. Recordamos la advertencia: Tengan cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Jesús dejó al descubierto la falsedad de aquellos guías ciegos que llevaban al rebaño a más oscuridad espiritual, los sepulcros blanqueados, que les gustaba tanto aparentar ser limpios y puros; pero que en su interior estaban llenos de robo, engaño e inmundicia. Parábola de Belén nos pinta un cuadro vivísimo y profético del tiempo en que crecerían juntos el trigo y la mala hierba, ilustrando a Babilonia la grande, llamada también la madre de todas las rameras (representada en la Biblia como un conglomerado de religiones y no solo cristianas, quien se ha convertido en guarida de demonios, (y) donde están al acecho todos los espíritus impuros) en su acostumbrada fornicación con los reyes de la tierra.

Y él (Dios): supongo irás a contarme que por allá abajo, en esa isla donde vives, se habla ahora de un milagroso resurgimiento de la fe y que finalmente le han sacudido telarañas a las puertas de los templos.

¿No es eso, Belén? Y yo: sí, más o menos. Y él: pues no constituye noticia para mí, lo sabía, como también sé que los políticos y los evangelistas, que hasta ayer de tarde se pedían la cabeza, andan en luna de miel, tirando juntos los anzuelos en el río revuelto de la intemperie espiritual y la desesperación humanas.

He sabido que el autor escribió esta novela en una de las peores etapas de su vida. Por eso llama la atención como recurre al humor para abordar tópicos políticos-religiosos y crear universos transitados por la parodia y el sarcasmo, donde no faltarán las máscaras, el disfraz perfecto de la simulación, porque el ser humano es en esencia un artífice de la ficción de sí mismo y del mundo.


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El silencio es nuestro
y todas las cenizas
de esas lluvias
todo lo que gotea
con su raza invencible
de soledades muertas.



















          
           
        
        POEMAS PARA TOCAR A DIOS

 

La poesía de Odalys Interián, no solamente la de este libro admirable, Aunque la higuera no florezca, sino toda su poesía, parece tener como fin la búsqueda de una plenitud sin altibajos. Y es en la materialización de ese empeño como se multiplica su esencia prodigiosa (igual que Jesús multiplicó los panes) en tanto beneficio para el lector.

Según Aristóteles, los dos objetivos básicos de la poesía son agradar y conmover. Con tales premisas, él, junto a otros, le enmendó la plana a sus antecesores, los primeros griegos, quienes asumían el poema, ante todo, como un vehículo para expresar la verdad.

 

Sería difícil saber cómo se las arreglaban aquellos poetas de la antigua Grecia para establecer con certeza dónde estaba la verdad. Así que prefiero creer que se referían únicamente a la verdad intrínseca de la poesía, que tal vez consista en su capacidad para agradar y conmover. De modo que no veo claro el aporte aristotélico en este sentido. 

En cuanto a Odalys, su verdad personal como poeta se perfila aquí mediante un singular salterio. Aunque la higuera no florezca es un libro de salmos, no en balde agasaja al rey David, uno de los principales o el principal entre los predecesores del salmo como género oratorio-religioso, y además el preferido de la poeta entre los personajes bíblicos. Es algo de lo que ella da cuenta desde el primer poema, en versos que rememoran: El libro de los salmos/de David/que leía mi madre bajo el peral/y la nube.


Así, pues, la poeta honra su estatus de religiosa, honra al credo que ella representa, al tiempo que no se limita para dar vuelo a otros asuntos que, aunque más mundanos y corrientes, forman parte por igual de las caras subjetividades del oficio. Explícitamente, Aunque la higuera no florezca está destinado a homenajear a todas las personas que hoy sufren alguna forma de persecución por su fe. Ello, desde luego, no le impide ser un libro para el mero disfrute de los amantes del buen verso, surgido de una de las más fecundas y originales voces de la poesía cubana de estos días, sobre cuyo panorama podría decirse, parafraseando a la Biblia, que son muchos los llamados pero pocos los elegidos.


Poesía en estado puro, casi virginal. Poesía contemplativa, que a veces discurre dulce, suave… y otras veces se despeña como impelida por los rayos del apocalipsis. Los salmos de este libro pueden ser indistintamente ardorosos, cáusticos o enternecedores, siempre con la palabra en su desconsolada avidez/arrojada hacia los vértigos, como precisa la poeta. Una palabra, agregaría yo, que es vehículo de la pasión y también del remanso.


Hay una música interior en todos los textos de la Biblia, una especie de convocatoria al embeleso. Y en esa música, tanto como en las palabras y en sus sabias enseñanzas, se afinca el casi milagroso poder de convocatoria que contienen las Sagradas Escrituras. Esa misma música, especie de acento celestial, tipifica cada uno de los salmos de Aunque la higuera no florezca. Debe ser cierto eso de que el gran estilo se halla entre el poeta y su objeto, porque justo en la correspondencia entre el contenido de este poemario y el modelo escogido para darle forma, veo yo patentizado el gran estilo de Odalys. 


He dicho ya que no me gusta explicar la poesía, por la sencilla razón de que la poesía no debe o quizás no pueda ser explicada. Pero si tuviera que resumir con una frase mi conclusión particular sobre este libro, lo más probable es que saliera del paso valiéndome de un salmo donde la poeta proclama: Escribo para tocar a Dios… Y es que leyendo sus versos uno se descubre bajo la impresión de que en verdad logra tocarlo.

 

José Hugo Fernández.


Aunque la higuera no florezca



Este es el libro de las consolaciones

el libro de los días en su declinar

completando el número y la llamada

los íntimos ayunos.

El libro de las horas en sus deslumbres

y libres albedríos.

El libro de los salmos

de David

que leía mi madre bajo el peral

y la nube.

El libro de las disposiciones

y la inocencia anterior

de las alburas del silencio

sobre el larguísimo aposento de la luz

y la rompiente oscuridad.

Aquí yace la última serpiente

aplastada por el versículo del génesis

aliviador. 

Un jardín labrándose

bajo la nube

la congregada figura del aire en el desierto

un nombre abriendo el círculo de clemencia

la vena tutelar de Dios.