jueves, 10 de diciembre de 2020

Odalys Interián. La poeta ante la muerte. Por Valentín Enrique García Fernández

 


Odalys Interián. La poeta ante la muerte. 

Dónde pondrá la muerte su mirada, es algo más que un inmenso valle de lágrimas, es desafío y valor ineludible para confrontar la muerte. Del pulso de Odalys dragamos en el alma y el pensamiento, y en el crudo proceso que siente el ser humano tras la pérdida. Los poemas expeditamente se identifican con la negación, el enfado, la negociación, el dolor emocional y la aceptación definitiva; fases conductuales, trazos indelebles en el tapiz del espíritu después de la partida física de quién se ama.

Un viaje, íntimo, místico, confesional escrito con la firmeza y el ardor que se sabe forzoso para el alivio. No hallaremos mirada fácil sino insistencia, verticalidad, latido, pulsación, recogimiento, y sangre hirviente destilando del duelo íntimo. En estos poemas nada es arreglo o avenencia con lo lúgubre ni la alegoría pensada. Es un afilado escrutinio en el silencio recóndito y los sentimientos; en el dolor y en lo sufrido.

Dónde pondrá la muerte…, título del libro, tiene dos secciones: “Nadie vendrá ahora salvo la muerte” y “Dónde pondrá la muerte su mirada” que titula la segunda sección del libro. Ambos conciertan de algún modo con el emblemático poema “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” de Césare Pavese. La cita no es simple ornamento y sí gesto cómplice con los versos del poeta italiano. Incluso uno de los versos del poema de Pavese “La muerte tiene una mirada para todos” encuentra eco en el poema de Odalis, cuando dice: Para todos tiene la muerte una mirada, /La muerte es contemplación /un espasmo real /algo que nos va organizando /una ruta/ y una verticalidad.

La invitación es extensa, ¡92 poemas!: Nadie vendrá ahora… (76 poemas) y Dónde pondrá la muerte… (18 poemas). Para un lector habituado a leer poesía puede resultar una fiesta, para cualquier otro lector, intimidante. Pero la extensión de este poemario, Odalys la sabe ineludible. En Nadie vendrá ahora salvo la muerte, cada poema es un pequeño drama que engarza con el siguiente en ordenación ajustada, única manera de tener una visión integral de la magnitud de la tragedia. Bienvenida la poesía de largo aliento, y la poeta que en todo momento rehúye el tremendismo. Gracias a su madurez humana y lírica, un tema que garantizaba lo mórbido no nos ingresó los demonios en el cuerpo.

Nadie vendrá ahora salvo la muerte, asegura la poeta mientras se sacude el horror frente a su abuela moribunda. Dónde pondrá la muerte su mirada, dedicada a la poeta Eunice Odio, pregunta y a través de los títulos dice: “Vida respírame”, se confiesa no estar sola, tiene heridas llenas de palabras y ya ha entendido el fatal destino de las luces. En uno la poesía es dolor y desgarro, en el otro temblor y respiro. En uno pesa el silencio, y en el otro el discurso se hunde en el ruidoso perfil de una rosa.

Dónde pondrá la muerte…, obedece más a una necesidad de sanación, consuelo, conforte y por qué no, también ofrenda y homenaje, que al mandato de revelar la experiencia de asistir al viaje final de la abuela y para situarnos en el espacio de Dónde pondrá la muerte… es preciso despojarse de la aureola romántica de que nacimos para finalmente ser de ella.

Existe una verdad: la muerte está en el inconsciente y en el ADN de cada persona; a pesar y a contrapelo de cualquier subterfugio para evitarla. Por impolítica, la soslayamos y aislamos del pensamiento, no tiene “velas” en nuestros actos ni diálogos. No importa cuál sea el final o si Dios y la naturaleza tienen la clave y el poder soberano para decidir sobre nuestras vidas.  Puntualmente, objetamos las supercherías “polvo somos”, “no olvidemos que estamos en este mundo, pero no somos de este mundo”. En realidad, nos negamos a la muerte tanto como nos tiemblan las carnes y no aspiramos a ser ceniza, y Sí, También pertenecemos a este mundo y de ese valle, aunque sea de lágrimas, no quisiéramos irnos nunca.  

La muerte quiebra el ánimo, el cuerpo y el pensamiento y desde niños ella se las apaña para liarse con nuestro inconsciente. Y aunque no queramos viviremos envueltos en ese “espirálico” juego: nacer, crecer y morir. Mas, algún día moriremos, es nuestra espada de Damocles, y al acecho. Ya nunca más nos deja, y el efecto es ruinoso a largo plazo. No es el propósito de Odalys invitarnos al caos a pesar del surtidor de excitaciones invasivas en nuestra conciencia. La aprensión, la zozobra y las señales de alarma donde cada temblor disimula el desconcierto: Miedo a morir. El terror a caer en cama, a una postración, a ver un médico, a ingresar en un hospital; en fin, la calamidad haciendo de las suyas.

Odalys fue invadida, estuvo allí pulsando con el horror y con acierto nos deja entrever que la latencia de la muerte no solo nos acerca al dolor, a ese final inexplorado sino también al sentido que damos a la vida, al cúmulo de aciertos y errores, y a los incidentes y las luces que en el devenir diario pasamos por alto. Podríamos creer con ella y con Soren Kierkegaard que la vida no es un problema para ser resuelto sino una realidad que debe experimentarse porque la vida no puede ser comprendida hacia atrás, sino que únicamente puede ser vivida hacia adelante.

Aunque el dolor nos aguijoneé todo el tiempo, Dónde pondrá la muerte… no transita por una calle sin salida ni provoca abatimiento, hay una química antiestrés que arría al miedo e inunda tu cuerpo, y te impulsa a ver la vida de una forma superior. No es un manual de miedos y lamentaciones ni una lectura de fronteras imprecisas prestas para el lloriqueo. He ahí su capital mérito.

Desde su anuncio. La muerte es esto: una anticipación, nos enrolamos en su itinerario punzante. “Y no dije no” traspira un fresco optimismo, nacido de fe entrenada y profunda, de convicción inexpugnable, que solo viene de Dios. Y no dije no/dije esperemos. /Yo quería alargar la muerte /alargar el minuto de muerte final /el soplo que vive en nosotros /el fruto pródigo de esa luz /que escapa de los vértigos.

 

En “Me preguntan por cada cicatriz” empieza a contar el dolor cosido en la piel como un tramo de memoria vacía. Y cuando ronda el fantasma de la muerte asistida, supuesta bondad humana, asidero fiable para el final, ella no aplaude piensa en la abuela que no sabe lo que quiere. Auxilio, un color morado bajo la luz, alcohol, agujas, vigilia, letargo, yo y la abuela diminutas, estoy de pie por ti, darse contra un Mundo, de la Dickinson, “El cuervo de Poe”, “Y la muerte no tendrá dominio” de Dylan Tomas inspiran junto con ella.

Pero fue la comunión con Dios quien salvó a Odalys del largo horror, que ella compara con un campo de exterminio. Solo con Él, ella, fiel devota, rodilla en tierra, pudo resistir la presión durante tantos meses, la atmósfera enrarecida de un cuarto esterilizado de hospital. Grita: No más asaltos en la carne, /no más alargue al sufrimiento. Ella protesta… Dejen de decir esta es la realidad y no hay otra.../Dejen de insistir/ de jugar a ser Dios, / para luego descargar su tranquilidad calada de certeza: … Algunos piensan en rendirse/yo no/a pesar del cansancio/ de ese manojo de tormentas aventadas/ de esta espiral terrible/que se ha vuelto la noche. /

Antes de concluir la lectura sabemos que el adiós final es rompimiento algo se rompe dentro, no importaba lo que se haga, no se puede reparar y solo queda el sentimiento. Odalys nos emplaza a descifrar los insondables misterios de quien seguirá en el camino para recordar al ser que parte. En poemas cocinados primero en el alma y luego madurados en el proceso de escritura está palpable el amor y el recuerdo. Entre poema y poema, entre verso y verso, en medio del desgarro, la ironía y el resentimiento, aferrados y húmedos, nos adentramos de la mejor manera al desastre de la despedida. Es una garantía hacerlo cogidos de su verso justo, en una red de amor categórico, como lo hizo Dante de la mano del gran Virgilio en su descenso al infierno. Y gracias, por permitirnos la complicidad y el compartir los vértigos y los miedos de esa muerte inquieta que no cree en atenuantes ni plazos.

Ella supo que cuando la muerte llega es duro el equilibrio y el sentido de la vida. Este poemario brinda la ocasión de atrevernos contra nuestra mortalidad y nos ofrece una luz de acceso a nuestra eternidad. Pienso que lo más valioso que Odalys, entregada a su cuidado hasta el final, pudo ofrecerle a su abuela fue conmemorar como fue, convencerse que su presencia no iba a expirar con la muerte física. Ella pudo despedirse de su abuela, lo dice, esperé de pie a la muerte/ para entregársela; y quizás pidió con humildad que cuando el señor la acogiera pudiera dormir en paz. En los Sermones de Meister Eckhart, decía que el sufrimiento era intolerable para quien sufre por sí mismo, pero era ligero para quien sufría por Dios, porque en ese caso era Dios quien llevaba la carga, aunque ella contenga el sufrimiento de todos los hombres. Es este libro de reflexión y crecimiento, de razones y continuidad, útil para llevarlo a mano y flotar en la luz cuando sea necesario, Dios nunca dejó de estar a su lado.

Lo supe en aquella aula del Centro Cultural Dulce María Loynaz, desde que me diera a leer sus primeros poemas, desde que percibí que ella podía descargar su sensibilidad en una hoja de papel porque todo estaba a su favor: fe, perseverancia, soltura y talento, sangre y sustento presente en su poesía. Es muy estar en estado de gracia.

Después de diez larguísimos años, en que las circunstancias nos llevaron en distintas direcciones, y cuando aún era memoria el lanzamiento de su cuaderno Respiro invariable presentado por el excelente poeta Jesús David Curbelo, en La Casa de la Poesía de La Habana, nos reencontramos salvando las distancias. Recuerdo le comenté que no tenía más remedio que continuar creciendo.  Nuevamente me convence la poesía de Odalys, y más allá de conocerla no cuesta decir que con este libro ingresa en la galería de poetas que prestigian las letras cubanas, qué pena que una editorial del país al que ella ama con delirio, la tuviera en cuenta en uno de sus catálogos. 

 

Valentín Enrique García Fernández

Alamar, Cuba

26 y 27 noviembre 2020

 

 

 

 


 

 Datos biográficos

Valentín Enrique García Fernández

Lugar de nacimiento: Manzanillo, Granma. 19 de julio de 1959

Cónyuge. Mireya Gener Carmona/ 2 hijas

Estudios primarios en la provincia Granma. En 1971 se muda a La Habana.

Graduado de Técnico en Explotación del Transporte. Instituto Politécnico José R. Rodríguez, La Habana, en 1978.

Graduado del 2do Diplomado de Historia y Creación Poética del Centro Cultural Dulce María Loynaz, La Habana, en 2006.

Mención en Concurso "Farraluque", de Poesía Erótica 2002

Premio de Poesía "José Antonio Echeverría" de la Universidad de La Habana, 2003

1ra mención Concurso Nacional de Cuentos "Ernest Hemingway", 2005

2do Premio en el Concurso "Farraluque", en Cuento. 2002, 2010

Reseñas y comentarios suyos han sido publicados en revistas nacionales. Tiene inéditos 2 poemarios: Cuestión de Juegos y El flujo de lo Real y el libro de cuentos “Criaturas del naufragio".

Tiene publicado el libro: Pausas para sabernos en la esperanza Editorial Dos Islas Miami 2020. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 22 de junio de 2020

LO QUE NACE DE LA MUERTE



LO QUE NACE DE LA MUERTE

 

Después de plantar su pica en Flandes con el libro Donde pondrá la muerte su mirada, de exquisita labor de orfebrería poética, era conjeturable que Odalys Interián habría invertido todas sus reservas en lo que atañe a un tema tan abrasivo como la muerte. No en balde la sorpresa y el deslumbramiento que ocasionan la aparición de este nuevo poemario, Te mueres, se mueren, nos morimos, desde cuya primera pieza, Homenaje, dedicada al reciente fallecimiento de Lilliam Moro, salta a la vista la fecundidad que aún está en condiciones de exhibir ante hechos tan tristes como el de: “Una poeta tendida ahí/en el espanto primero de la luz/en el naufragio sordo del silencio”.

 

Según Pessoa, en lo que nace, tanto podemos sentir lo que nace como pensar en lo que ha de morir. Odalys parece haberlo parafraseado con la creación de este nuevo poemario, sólo que invirtiendo los términos: en lo que muere, tanto podemos sentir lo que muere como pensar en lo que ha de nacer. Quizás no sea la única lectura posible, pero ninguna otra explica mejor por qué ha vuelto tan pronto sobre las andadas con la muerte. Y de qué forma, exprimiendo el lenguaje para succionar hasta sus últimas gotas de savia.

 

Consciente tal vez de que el acto de morir no constituye sino otro paso entre estos sombríos pedregales (y no necesariamente el último, ni el peor o el mejor, sólo el más triste para quienes quedan vivos), la poeta demuestra haberse encaminado hacia su nuevo careo con la muerte llevando por delante el plan de validar esa justa armonía entre dolor y esperanza que todo deceso nos deja. “Es ineludible reinventarse /ir hacia adentro/partir/repartir/un tramo de memoria/un resto de candor/dividirse/en esa ardua frontera/entre trueno y palabra”. Es un pormenor en el que creo notar cierta diferencia entre los dos libros. Mientras que Donde pondrá la muerte su mirada concede un mayor énfasis al desgarramiento, a la angustia por lo irremediable de lo que suponemos el fin de la existencia, Te mueres, se mueren, nos morimos, abre paréntesis a la resignación, se atiene más al confortante uso de la dialéctica, recurso mediante el cual llega incluso a ironizar, restando deliciosamente gravedad al tema: “Ni siquiera la muerte

nos acercará a la libertad/ni siquiera estar muertos/nos dará una apariencia gloriosa”.


Por lo demás, apenas resultan distinguibles otras disparidades entre estos dos poemarios. En ambos deposita la autora semejantes dosis de pasión. En ambos prevalece por igual el ritmo, el poder de síntesis y la consistencia del verso, aliñados con esa suerte de fuerza hipnótica que nos invita o nos impele a leer sin pausas. En los dos libros brilla idénticamente la profusa torrentera que tipifica todo el quehacer de Odalys. Casi podría decirse que Te mueres, se mueren, nos morimos, viene a ser el complemento perfecto de Donde pondrá la muerte su mirada. Pero en rigor, ninguno de estos libros necesita ser complementado. Son dos átomos con sus propios núcleos centrales y provistos para orbitar independientemente dentro de ese mágico organismo que es la poesía.

                                                                                                   José Hugo Fernández. 














MUERTO VIVO EN SILKEBORG




Con MUERTO VIVO EN SILKEBORG, otra vez estamos invitados a una deliciosa lectura. Son 28 relatos (algunos muy breves), donde el autor consigue llevarnos de la mano, gracias a la claridad, el ritmo del lenguaje, el interés que despiertan los temas, el mensaje y la tensión y emoción que provocan la rapidez con que se desarrollan —sin ser superficiales— y logran recrear caracteres y ambientes, además de analizar los sentimientos más íntimos de sus personajes. En este conjunto, el autor no sólo nos muestra una realidad bien particular, sino que participa de ella. Con la recreación de sus pasiones e impresiones, parece contarnos su propia versión de la vida, sin perder esa mirada dramática y dinámica del mundo, pero menos sombría que la que describen sus contemporáneos. Impacta no sólo el argumento y la frescura de su narrativa, sino la forma en que logra comunicar lo que él desea, sin ataduras, ni estigmas, y donde sobresale la agudeza y sensibilidad del escritor, todo esto conjugado con una brillantez estilística y la limpieza de la espontaneidad...

Recomiendo leer este libro y en general a su autor, uno de los escritores más sobresalientes de la actual narrativa cubana, con más de una veintena de obras publicadas. Para mí en particular, es una de las personas más lúcidas e inteligentes que he conocido, y un creador que siempre sorprende y que además logra transmitir alegría con sus textos. El humor, en su caso, más que ser parte de un estilo, es una visión de la vida, un resorte que conlleva una actitud comprensiva, sonriente, benévola, paternal, (por ser la ternura una de sus divisas), capaz de aliviar el dolor y los ayes que nos acompañan, a la vez que nos hace reflexionar acerca de acontecimientos trascendentales de la existencia.  

                                                                                                                                     Odalys Interián. 



  

Donde el tiempo se ha roto


Poseedor de un lenguaje sensitivo, lleno de matices que en ocasiones reflejan un paisaje jubiloso, y en otras nos deja ver los propios temores a los que se enfrenta el poeta.
Miro el presente violento
en los cuencos vacíos
de los ojos
un cuello...
y una soga marcada allí.
La esperanza surge igual que el sol —nos dice—, la presunción de los días cercanos es un bisturí extirpando las entrañas, ser poeta es algo más que proponerse interpretar el mundo y hallar respuestas a todos los retos de la vida. La escritura poética es reveladora, la acción y el propio acto de creación, que pone en términos de imaginación circunstancias y realidades de la vida. O, incluso, las realidades íntimas del poeta que el mismo desconoce y descubre también cuando las escribe. Para Carlos Alberto aprender significa sumergirse él mismo en las cosas hasta que su naturaleza intrínseca se nos torna manifiesta y estimule el impulso poético. Un pensamiento tan bien expresado en estos versos: lo cotidiano /que rompe con su hacha /intransigente /pausado /bajo el molde del subconsciente.
Viví en alguna rendija
de un cielo roto
donde el destino no posó su vista
permanecí inmóvil entre tus ángeles
que no me recordaron.
Fui el antes y el después...
el vuelo atrasado
de un reloj a destiempo
Segundero desprendido del tic tac
soñando con marcar
el tiempo exacto.

domingo, 7 de junio de 2020

Deshabitándonos del tiempo





Estoy ahora, al borde de la idea

en el destino abierto del lenguaje

disipándome

al ritmo de la sombra;

sondeando lo que está en mí

y desconozco.

 

Mis pensamientos se presentan

como criaturas dejadas en la penumbra.

Donde las ideas son: trillos

calles, avenidas.

Paseando

en cada estación del año

en un examen diferente

frente a esas metáforas

que determinan las sombras.

 

Hundiéndose en el invierno de hoy

en este París melancólico

abierto a la mitad

en sus mutilaciones odiosas.









Un ala
para quedarme
para sentir como mujer el verso
y versar
y traer un signo a la muerte
otra metáfora.
Serenísima un ala
una misma visión
para quedarme
y multiplicar
alas
un vaivén que ayude
un equilibrio
para apuntalar
y sostener la vida.







Imagen tomada de la red.

sábado, 6 de junio de 2020

Parábola de Belén con los pastores



La simulación es lo único que no se simula, la ficción es la realidad última.

Eric Bentley


Dios le teme a los hombres. Anoche me lo dijo, cuando lo desperté para preguntarle por qué vuelan los pájaros. ¿De nuevo con esa bobería, Belén? Y con la misma se viró al otro lado para seguir durmiendo. Mas yo sé dónde le duele a Dios, lo conozco como si lo hubiera parido. Padre –lo pinché–, perdona, pero no entiendo cómo puedes roncar a pata suelta mientras en tu valle de lágrimas las cosas andan como el tren eléctrico de Casablanca, reculando y a ciegas. Si los que planifican la hecatombe se la pasan destrenza que destrenza ecuaciones hasta altas horas, con ojos como platos; si el hambre dilata las retinas a la vez que retuerce las tripas; y si, en fin, cada día están más insomnes los fantoches, los esbirros y los fariseos…

Con este diálogo entre Belén y Dios comienza Parábola de Belén con los pastores, novela (publicada en el año 2010) donde José Hugo Fernández nos presenta a Belén, la loca del barrio Cocosolo, en Marianao, una infeliz marcada con la piedra negra y a cuya sombra ni los perros se arriman. Una total irreverente, con esa desfachatez y sinceridad que le confiere la locura, una desquiciada por sucesivos traumas que no respeta nada ni a nadie, ni siquiera a Dios, que, según ella, es su vecino, o su igual, y con el que sostiene simpáticas discusiones. La voz que le otorga José Hugo a esta mujer es profunda, inteligente, conmovida, dueña de una especial lucidez, enriquecida por un agudo instinto. Sus palabras están llenas de extrañas filosofías y de una tristeza que no tiene remedio. Y es que la pérdida de seres queridos, sobre todo la pérdida de hijos, es motivo más que suficiente para la demencia.

Pero lo cierto es que Belén no está ni enteramente loca ni enteramente cuerda. Desapego y ternura, amor y odio, genialidad y torpeza, sordidez y generosidad componen la vibrante personalidad de esta mujer que por momentos nos hace dudar de su locura por los aciertos y la contundencia de las cosas que dice o hace, quizás porque la locura no puede vivir sin un poco de razón, como intentaba advertirnos Erasmo de Róterdam en Elogio de la locura: La razón, para ser razonable, debe verse a sí misma con los ojos de una locura irónica.

La literatura y la vida real están llenas de cuerdos locos, partiendo del ejemplo del rey David, quien, al sentir temor por su vida, disfrazó su cordura y se propuso engañar al rey de Gat haciendo garabatos en las puertas y dejando que la baba le rodara por la barba. Todavía hoy, la locura puede ser utilizada para defensa ante cargos criminales, como el caso del poeta Ezra Pound, declarado paranoico por los psicólogos para librarse de una pena de muerte. Cervantes y Shakespeare utilizaron la locura de sus protagonistas para criticar la realidad de su tiempo. Nos exhibieron sus personajes locos en circunstancias difíciles. Pero si Hamlet se hace muy escéptico, y sospecha de las palabras del fantasma de su padre, y de todos, hasta de sí mismo; y, por el contrario, Don Quijote tiene una fe firme, y nunca duda de su fe, Belén se ha nutrido de todos esos locos que la antecedieron, despotrica contra todo (hasta contra su Yave querido) y parece aseverar el viejo dicho del diablo: Piel por piel. (Y) El hombre dará todo lo que tiene por salvar su vida.

Mira, Dios, perdóname…, fui a la iglesia en busca de consuelo para el alma, pero como vi que sólo me ofrecían resignación, pensé que de momento lo único que valía la pena era tirarle al consuelo de mi barriga.

Foucault consideró que la locura tenía una fuerza primitiva de revelación. También debe creerlo José Hugo por la forma en que trata el tema, y por lo que le añade al personaje. Con un enfoque divertido, narra el itinerario de un alma que busca recuperar la inocencia, cansada del hastío, la desilusión y la angustia en que vive. Y es que nadie sabe a ciencia cierta lo que es la locura, lo que se sabe es que lo irracional no puede explicarse racionalmente. Belén manifiesta locura en sus palabras mientras demuestra cordura en sus acciones. Su preocupación por la situación precaria de los seres humanos es sincera, e insiste en el deseo de mejorar el mundo; pero la triste realidad pronto la convence de que es demasiado frágil e insignificante para cambiar alguna cosa. Y no le queda más remedio que ocultar su sabiduría con simulaciones.

En lo testimonial de la novela y el penetrante lenguaje dialogan textos de la tradición judeocristiana y la sátira de las novelas picarescas desde Quevedo, todo nutrido por intertextos literarios y culturales. Critica al hombre en el apego a sí mismo y en su incapacidad de ver, en la mentira, la verdad que se burla de la hipocresía religiosa y del oportunismo de un sistema que declaró al Estado ateo y donde santeros, cristianos y espiritistas tuvieron que sumirse en las sombras para luego propiciar una apertura que solo llevaría a una religiosidad enferma y a una fe manipulada y manipuladora. En ese sentido, el autor de Parábola de Belén con los pastores nos declara un juicio arraigado en la lucidez y en su personal manera de interpretar la vida. Si bien es cierto que la mayoría de las religiones han fracasado en mostrar amor genuino, y una fe sin hipocresías, esta novela nos ofrece un claro contraste entre aquellos que prefieren la falsedad y demuestran ser de la clase de Esaú, que se venden por un plato de lentejas y no muestran ningún respeto por las cosas sagradas, tan bien representada con Belén: lo tuyo en las iglesias es responder amén a todo lo que se hable, con la jaba abierta todo el tiempo para lo que caiga, y punto, con la clase que prefiere la devoción pura, incontaminada, aunque eso conlleve a ser perseguidos y marginados.

Porque hay algo más peligroso que la locura y es la hipocresía. Y más peligroso que el deterioro económico es el deterioro espiritual. Es la lección que nos deja esta Parábola. Y como toda parábola trae implícita una comparación, encontramos similitudes con el tiempo de Jesús, donde se evidenciaba la falta de espiritualidad y la pérdida de valores. Recordamos la advertencia: Tengan cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Jesús dejó al descubierto la falsedad de aquellos guías ciegos que llevaban al rebaño a más oscuridad espiritual, los sepulcros blanqueados, que les gustaba tanto aparentar ser limpios y puros; pero que en su interior estaban llenos de robo, engaño e inmundicia. Parábola de Belén nos pinta un cuadro vivísimo y profético del tiempo en que crecerían juntos el trigo y la mala hierba, ilustrando a Babilonia la grande, llamada también la madre de todas las rameras (representada en la Biblia como un conglomerado de religiones y no solo cristianas, quien se ha convertido en guarida de demonios, (y) donde están al acecho todos los espíritus impuros) en su acostumbrada fornicación con los reyes de la tierra.

Y él (Dios): supongo irás a contarme que por allá abajo, en esa isla donde vives, se habla ahora de un milagroso resurgimiento de la fe y que finalmente le han sacudido telarañas a las puertas de los templos.

¿No es eso, Belén? Y yo: sí, más o menos. Y él: pues no constituye noticia para mí, lo sabía, como también sé que los políticos y los evangelistas, que hasta ayer de tarde se pedían la cabeza, andan en luna de miel, tirando juntos los anzuelos en el río revuelto de la intemperie espiritual y la desesperación humanas.

He sabido que el autor escribió esta novela en una de las peores etapas de su vida. Por eso llama la atención como recurre al humor para abordar tópicos políticos-religiosos y crear universos transitados por la parodia y el sarcasmo, donde no faltarán las máscaras, el disfraz perfecto de la simulación, porque el ser humano es en esencia un artífice de la ficción de sí mismo y del mundo.

Dios le teme a los hombres. Anoche me lo dijo, cuando lo desperté para preguntarle por qué vuelan los pájaros. ¿De nuevo con esa bobería, Belén? Y con la misma se viró al otro lado para seguir durmiendo. Mas yo sé dónde le duele a Dios, lo conozco como si lo hubiera parido. Padre –lo pinché–, perdona, pero no entiendo cómo puedes roncar a pata suelta mientras en tu valle de lágrimas las cosas andan como el tren eléctrico de Casablanca, reculando y a ciegas. Si los que planifican la hecatombe se la pasan destrenza que destrenza ecuaciones hasta altas horas, con ojos como platos; si el hambre dilata las retinas a la vez que retuerce las tripas; y si, en fin, cada día están más insomnes los fantoches, los esbirros y los fariseos…

Con este diálogo entre Belén y Dios comienza Parábola de Belén con los pastores, novela (publicada en el año 2010) donde José Hugo Fernández nos presenta a Belén, la loca del barrio Cocosolo, en Marianao, una infeliz marcada con la piedra negra y a cuya sombra ni los perros se arriman. Una total irreverente, con esa desfachatez y sinceridad que le confiere la locura, una desquiciada por sucesivos traumas que no respeta nada ni a nadie, ni siquiera a Dios, que, según ella, es su vecino, o su igual, y con el que sostiene simpáticas discusiones. La voz que le otorga José Hugo a esta mujer es profunda, inteligente, conmovida, dueña de una especial lucidez, enriquecida por un agudo instinto. Sus palabras están llenas de extrañas filosofías y de una tristeza que no tiene remedio. Y es que la pérdida de seres queridos, sobre todo la pérdida de hijos, es motivo más que suficiente para la demencia.

Pero lo cierto es que Belén no está ni enteramente loca ni enteramente cuerda. Desapego y ternura, amor y odio, genialidad y torpeza, sordidez y generosidad componen la vibrante personalidad de esta mujer que por momentos nos hace dudar de su locura por los aciertos y la contundencia de las cosas que dice o hace, quizás porque la locura no puede vivir sin un poco de razón, como intentaba advertirnos Erasmo de Róterdam en Elogio de la locura: La razón, para ser razonable, debe verse a sí misma con los ojos de una locura irónica.

La literatura y la vida real están llenas de cuerdos locos, partiendo del ejemplo del rey David, quien, al sentir temor por su vida, disfrazó su cordura y se propuso engañar al rey de Gat haciendo garabatos en las puertas y dejando que la baba le rodara por la barba. Todavía hoy, la locura puede ser utilizada para defensa ante cargos criminales, como el caso del poeta Ezra Pound, declarado paranoico por los psicólogos para librarse de una pena de muerte. Cervantes y Shakespeare utilizaron la locura de sus protagonistas para criticar la realidad de su tiempo. Nos exhibieron sus personajes locos en circunstancias difíciles. Pero si Hamlet se hace muy escéptico, y sospecha de las palabras del fantasma de su padre, y de todos, hasta de sí mismo; y, por el contrario, Don Quijote tiene una fe firme, y nunca duda de su fe, Belén se ha nutrido de todos esos locos que la antecedieron, despotrica contra todo (hasta contra su Yave querido) y parece aseverar el viejo dicho del diablo: Piel por piel. (Y) El hombre dará todo lo que tiene por salvar su vida.

Mira, Dios, perdóname…, fui a la iglesia en busca de consuelo para el alma, pero como vi que sólo me ofrecían resignación, pensé que de momento lo único que valía la pena era tirarle al consuelo de mi barriga.

Foucault consideró que la locura tenía una fuerza primitiva de revelación. También debe creerlo José Hugo por la forma en que trata el tema, y por lo que le añade al personaje. Con un enfoque divertido, narra el itinerario de un alma que busca recuperar la inocencia, cansada del hastío, la desilusión y la angustia en que vive. Y es que nadie sabe a ciencia cierta lo que es la locura, lo que se sabe es que lo irracional no puede explicarse racionalmente. Belén manifiesta locura en sus palabras mientras demuestra cordura en sus acciones. Su preocupación por la situación precaria de los seres humanos es sincera, e insiste en el deseo de mejorar el mundo; pero la triste realidad pronto la convence de que es demasiado frágil e insignificante para cambiar alguna cosa. Y no le queda más remedio que ocultar su sabiduría con simulaciones.

En lo testimonial de la novela y el penetrante lenguaje dialogan textos de la tradición judeocristiana y la sátira de las novelas picarescas desde Quevedo, todo nutrido por intertextos literarios y culturales. Critica al hombre en el apego a sí mismo y en su incapacidad de ver, en la mentira, la verdad que se burla de la hipocresía religiosa y del oportunismo de un sistema que declaró al Estado ateo y donde santeros, cristianos y espiritistas tuvieron que sumirse en las sombras para luego propiciar una apertura que solo llevaría a una religiosidad enferma y a una fe manipulada y manipuladora. En ese sentido, el autor de Parábola de Belén con los pastores nos declara un juicio arraigado en la lucidez y en su personal manera de interpretar la vida. Si bien es cierto que la mayoría de las religiones han fracasado en mostrar amor genuino, y una fe sin hipocresías, esta novela nos ofrece un claro contraste entre aquellos que prefieren la falsedad y demuestran ser de la clase de Esaú, que se venden por un plato de lentejas y no muestran ningún respeto por las cosas sagradas, tan bien representada con Belén: lo tuyo en las iglesias es responder amén a todo lo que se hable, con la jaba abierta todo el tiempo para lo que caiga, y punto, con la clase que prefiere la devoción pura, incontaminada, aunque eso conlleve a ser perseguidos y marginados.

Porque hay algo más peligroso que la locura y es la hipocresía. Y más peligroso que el deterioro económico es el deterioro espiritual. Es la lección que nos deja esta Parábola. Y como toda parábola trae implícita una comparación, encontramos similitudes con el tiempo de Jesús, donde se evidenciaba la falta de espiritualidad y la pérdida de valores. Recordamos la advertencia: Tengan cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Jesús dejó al descubierto la falsedad de aquellos guías ciegos que llevaban al rebaño a más oscuridad espiritual, los sepulcros blanqueados, que les gustaba tanto aparentar ser limpios y puros; pero que en su interior estaban llenos de robo, engaño e inmundicia. Parábola de Belén nos pinta un cuadro vivísimo y profético del tiempo en que crecerían juntos el trigo y la mala hierba, ilustrando a Babilonia la grande, llamada también la madre de todas las rameras (representada en la Biblia como un conglomerado de religiones y no solo cristianas, quien se ha convertido en guarida de demonios, (y) donde están al acecho todos los espíritus impuros) en su acostumbrada fornicación con los reyes de la tierra.

Y él (Dios): supongo irás a contarme que por allá abajo, en esa isla donde vives, se habla ahora de un milagroso resurgimiento de la fe y que finalmente le han sacudido telarañas a las puertas de los templos.

¿No es eso, Belén? Y yo: sí, más o menos. Y él: pues no constituye noticia para mí, lo sabía, como también sé que los políticos y los evangelistas, que hasta ayer de tarde se pedían la cabeza, andan en luna de miel, tirando juntos los anzuelos en el río revuelto de la intemperie espiritual y la desesperación humanas.

He sabido que el autor escribió esta novela en una de las peores etapas de su vida. Por eso llama la atención como recurre al humor para abordar tópicos políticos-religiosos y crear universos transitados por la parodia y el sarcasmo, donde no faltarán las máscaras, el disfraz perfecto de la simulación, porque el ser humano es en esencia un artífice de la ficción de sí mismo y del mundo.


https://www.amazon.com/s?k=Jose+Hugo+fernandez+parabola+de+Belen+y+los+pastores&ref=nb_sb_noss