sábado, 6 de junio de 2020


















          
           
        
        POEMAS PARA TOCAR A DIOS

 

La poesía de Odalys Interián, no solamente la de este libro admirable, Aunque la higuera no florezca, sino toda su poesía, parece tener como fin la búsqueda de una plenitud sin altibajos. Y es en la materialización de ese empeño como se multiplica su esencia prodigiosa (igual que Jesús multiplicó los panes) en tanto beneficio para el lector.

Según Aristóteles, los dos objetivos básicos de la poesía son agradar y conmover. Con tales premisas, él, junto a otros, le enmendó la plana a sus antecesores, los primeros griegos, quienes asumían el poema, ante todo, como un vehículo para expresar la verdad.

 

Sería difícil saber cómo se las arreglaban aquellos poetas de la antigua Grecia para establecer con certeza dónde estaba la verdad. Así que prefiero creer que se referían únicamente a la verdad intrínseca de la poesía, que tal vez consista en su capacidad para agradar y conmover. De modo que no veo claro el aporte aristotélico en este sentido. 

En cuanto a Odalys, su verdad personal como poeta se perfila aquí mediante un singular salterio. Aunque la higuera no florezca es un libro de salmos, no en balde agasaja al rey David, uno de los principales o el principal entre los predecesores del salmo como género oratorio-religioso, y además el preferido de la poeta entre los personajes bíblicos. Es algo de lo que ella da cuenta desde el primer poema, en versos que rememoran: El libro de los salmos/de David/que leía mi madre bajo el peral/y la nube.


Así, pues, la poeta honra su estatus de religiosa, honra al credo que ella representa, al tiempo que no se limita para dar vuelo a otros asuntos que, aunque más mundanos y corrientes, forman parte por igual de las caras subjetividades del oficio. Explícitamente, Aunque la higuera no florezca está destinado a homenajear a todas las personas que hoy sufren alguna forma de persecución por su fe. Ello, desde luego, no le impide ser un libro para el mero disfrute de los amantes del buen verso, surgido de una de las más fecundas y originales voces de la poesía cubana de estos días, sobre cuyo panorama podría decirse, parafraseando a la Biblia, que son muchos los llamados pero pocos los elegidos.


Poesía en estado puro, casi virginal. Poesía contemplativa, que a veces discurre dulce, suave… y otras veces se despeña como impelida por los rayos del apocalipsis. Los salmos de este libro pueden ser indistintamente ardorosos, cáusticos o enternecedores, siempre con la palabra en su desconsolada avidez/arrojada hacia los vértigos, como precisa la poeta. Una palabra, agregaría yo, que es vehículo de la pasión y también del remanso.


Hay una música interior en todos los textos de la Biblia, una especie de convocatoria al embeleso. Y en esa música, tanto como en las palabras y en sus sabias enseñanzas, se afinca el casi milagroso poder de convocatoria que contienen las Sagradas Escrituras. Esa misma música, especie de acento celestial, tipifica cada uno de los salmos de Aunque la higuera no florezca. Debe ser cierto eso de que el gran estilo se halla entre el poeta y su objeto, porque justo en la correspondencia entre el contenido de este poemario y el modelo escogido para darle forma, veo yo patentizado el gran estilo de Odalys. 


He dicho ya que no me gusta explicar la poesía, por la sencilla razón de que la poesía no debe o quizás no pueda ser explicada. Pero si tuviera que resumir con una frase mi conclusión particular sobre este libro, lo más probable es que saliera del paso valiéndome de un salmo donde la poeta proclama: Escribo para tocar a Dios… Y es que leyendo sus versos uno se descubre bajo la impresión de que en verdad logra tocarlo.

 

José Hugo Fernández.


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