ESPERO
Odalys Interián.
Publicado elEspero el milagro, no importa cuán fría sea la
oscuridad, yo espero. Soy tan inmaterial como esas luces que titilan en la
lejanía. El silencio es intocable, se acomoda a mi lado, soy el perro que lame.
Simulo que ignoro el invierno, la delicadeza enfermiza que adquiere la ternura
en ese rostro. No una madre, un punto de anulación. La madre- títere que adora a un necio reptil
que se arrastra siempre tras de mí. La ciega inmadura madre que acuno en mi regazo.
La débil que no tiene una vida, la esposa que siempre obedece, no a un esposo,
sino a un hipócrita, el que añade palabras y unos ojos que pesan como
relámpagos.
“Madre” puede ser un título, un referente para
nombrar a quien te acompaña en ese largo cautiverio que es la vida, Y puede ser
una perfecta desconocida con quien compartes algunos destellos de felicidad y
algunos abrazos.
Aborrezco
esta edad, la falta de independencia que me obliga a quedarme, esta debilidad
de no poder defenderme, de no atreverme a poner una cuchilla en su cuello y dar
un corte lento y profundo. Sí, soy mala, le arrancaría de un tajo esa filosa
lengua con que ha viciado las palabras y chantajea. Esa lengua desabrida y
asquerosa que me ronda, esa que acompaña un soplo repugnante y nauseabundo. Todos
saben que soy la rebelde chiquilla que apunta directo al corazón y cuando habla
dispara, una malagradecida mantenida.
Pero tomé unas pastillas, y esa debilidad le da a
mi verdugo nuevas fuerzas. Hubiera
preferido morir a darle el gusto de que me vea vencida, a tenerlo siempre espiándome,
siempre detrás de mí con el mismo pretexto, pero lo que no sabe es que no lo intentaré
de nuevo.
Me oculto
detrás de las mil puertas y los mil cerrojos donde guardo este sueño: creceré,
me haré fuerte, poderosa, intocable como Dios.
Sigue en su viejo
círculo la luz y sigo en perpetua vigilia.
Nunca duermo, el sueño es una especie de abandono mayor. Nadie se entromete en esta libertad. Nadie
puede borrar este ojo desde donde vigilo, ni estas ganas tremendas de desflorar
la luz en su espasmo muerto. Nadie se entromete en esta ausencia, ni Dios. Velo
el drama, el ronroneo de esa noche que se encoje como un astro. Deambulo infinita en esa tentación de la
llovizna, en ese halo impalpable del invierno, en ese olor y latido del barro
húmedo que salpica mi cuerpo.
El cielo es
un rectángulo, estoy en el incomplacida. Me resulta difícil soltar algo y que se vaya,
me acompañan los miedos y la inseguridad, se visten de temblor y duda en esta
celda donde prosigue la tortura que solo yo veo y padezco.
Es esta soledad lo que nutre mi muerte, las
mentiras cobardes y los silencios, los ojos de mi madre que miran estúpidamente
extraviados. Ojos como las sílabas
heladas de un paisaje que siempre falta, un paisaje que nunca recupero.
Sobrevivo a la costumbre y sigo en la mímica obediente.
Desde el lado frío del silencio, ese, un extraño,
osa tocarme con esas manos que odian, que tiran de mí y me arrastran hasta esta
hibernación donde junto los trozos dispersos de la noche. Germina en su
oscuridad una masa de serpientes bulliciosas mientras su vaho venenoso se
esparce sobre mi cuerpo como una densa neblina. Siento las palabras aisladas,
el gargajear irónico y desprendido de esa boca que odia y miente.
Una figura grotesca, el hombre-serpiente que se
levanta de la oscuridad para engullir, lo que estrangula es esa oleada ácida
que impone su presencia, ese olor a podrido saliendo de todas partes,
mezclándose, desarmonizándome.
Le adivino esa satisfacción detrás de la máscara,
el rostro real en sus ridículas contorsiones y espasmos. Le adivino las manos
inmundas desarticuladas en tentáculos violentos. Todo en él hiede, todo.
La realidad es otro espejismo, drena un tiempo
inmutable, una torpeza única que nos hace rodar hasta el pantano. Ese aire
abierto lleva el mismo silencio pestilente de mi cuarto. El mismo ritmo
nauseabundo de las noches que desfloran histéricas.
Desde este rincón espero, junto todas las sombras
para hacerme invisible. No una niña, un ala desde donde vigilo las mansas
esferas de la luz. Un ala para elevarme. Un ala y esta necesidad de huir. De
encontrar una vida, otra.
Desde esta
esquina puedo oler la oscuridad, las raíces que pudren en este invierno. Bajo
la nieve el sol en su debilidad grotesca, una tregua. Otro sol que es verdugo,
el que oculta los pájaros en su verdor silente, no hay música entonces, ningún
sonido para acunarme. Otro día que empieza.
Cierro los ojos y espero, como espera el verano ese
árbol del jardín en su mudez infinita. Sigo cansada y con un ansia mayor, la de
poner una pausa, un punto final a todas las noches y a tantos desvelos. De
poner una lápida sobre esos dos que tienen en común: la misma infidelidad, la
misma muerte.
Odalys Interián (La Habana, 1968), poeta, narradora y
crítica, residente en Miami, dirige la editorial Lyrics & Poetry Editions. Tiene
publicado los poemarios: Respiro invariable (La Habana, 2008), Salmo y Blues
(Miami, 2017), Sin que te brille Dios (Miami, 2017), Esta palabra mía que tú
ordenas (Miami, 2017), y Atráeme contigo, en colaboración con el poeta mexicano
Germán Rizo (Oregón, 2017). Acercamiento a la poesía. Premio en el Concurso
Internacional Facundo Cabral (2013). Hacer Arte con las Palabras (2017);
Primera mención en el I Certamen Internacional de Poesía “Luis Alberto
Ambroggio” (2017) y mención en el mismo concurso de 2018. Segundo premio de
cuento en La Nota Latina 2016. Su obra poética y narrativa ha aparecido en
revistas y antologías de varios países. Recientemente ha obtenido Premio
Internacional ‘Francisco de Aldana’ (Italia), 2018. Y premio en el concurso
Dulce María Loynaz, (Miami),2018.
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