viernes, 2 de marzo de 2018

¡A leer poesía!

¡A leer poesía!

Por Odalys Interián
En 2001, la UNESCO declaró el 21 de marzo, como el “Día Mundial de la Poesía”; fiesta literaria que se celebra en las grandes capitales del mundo con el objetivo de promover la apreciación por el lenguaje poético, rescatar del olvido a los grandes creadores de este género y abrir espacio a las nuevas voces. En Poetas y Escritores Miami, nos unimos a esta importante celebración, con una invitación muy especial para nuestros lectores: LEER POESÍA.
Lea poesía. Nada revelará  más sobre qué es poesía que un libro de poemas. Un libro de poesía dice más que todos los tratados de teorías.  Como acertara a decir T.S. Eliot: “las teorías del poeta deben  fluir de lo que escribe y no lo que escribe de sus teorías”. La crítica es inseparable de la poesía; pero ésta hace  de la crítica una negación. La poesía le impone a la crítica una tensión más severa. Es tan maravillosa que ningún instrumento sirve para medirla; mucho menos un juicio individual o colectivo podrá jamás encasillarla o  definirla. Y es tan difícil dominarla con una mirada. Hay tanto misterio y tanta hondura, tanta sinergia y racionalidad, tanta luz y tanto universo. Se sabe que todo argumento crítico tiene algo de ficción, también la poesía. En ella todo vuelve al verso conciliándose a la naturaleza que en el poema perpetuamente crea y recrea, mata y resucita las realidades nuestras.
¿Le gustaría saber cómo y  por qué se escribe poesía?  ¿Quiere acercarse al ser y descubrirse usted mismo?  ¿Quiere aportarle  a lo escrito su experiencia y vivencia? Lea poesía, la que le guste o la que lo emocione. Se nos invita a leer despreocupados, no trate de descifrar ningún secreto, no los hay, no busque fórmulas porque no es matemática aunque multiplique o divida.    No trate de interpretar. Si la poesía lo conmueve, ya es válida,  y no tiene que entenderla.  “Nadie escribiría versos si el problema de la poesía fuera hacerse entender” decía Montale.  Descubrimos entonces que los poetas no buscan que los entiendan, escriben por vicio o por necesidad,  perseguidos por sus obsesiones, o por las realidades que ellos solos contemplan.  Ese es el vicio necesario del poeta: escribir.
Y es que un libro de poemas es un banquete, donde tanto el que escribe como el que lee,  se sirven a su antojo, cada uno ofrece  su verdad, cada uno aporta su experiencia.  Cuando lee un libro de poemas usted también lo escribe, lo vuelve a reescribir. Nunca es el mismo libro, usted habrá hecho una recreación a partir  del original. Usted  también puede crear, ser un co-creador iniciándose, un obrero maestro y participante del hecho creativo  y esa participación nos satisface. Si siempre habrá poesía,  jamás faltarán lectores, son tan necesarios para que subsista la escritura; no puede haber uno sin el otro y viceversa.
Descubra qué hay tras los tanteos del poeta, el nuevo yo siempre incorporado, el mismo, el nuevo mismo, el otro. Descubra las diversas maneras de estar en un poema, el placer, el movimiento, la ascendencia, el descubrimiento de lo ajeno y  lo nuestro, la celebración. Saber qué siente,  qué trae, qué revela una metáfora, además de ser  “lo mismo y  otra cosa”.
Sea parte del juego, lea salido de usted mismo, con los ojos abortados y mírese desde afuera. Cuando lee, usted no es la imitación es el original. De alguna manera  influye en lo que está escrito. Lo que está en el poema, se magnífica en uno. Y lo que no, lo que esta sugerido, lo que calla, es más  silencio que podemos completar con nuestro propio silencio. Es su lectura, su manera de interpretar, lo que llenará esos “huecos” que ha dejado el que escribe. Los que están hechos de manera adecuada son los que logran trasmitir la maravilla del acto poético. Excelentes traductores de un mundo. Ellos son el espejo que refracta la creación. Cuando se lee,  se observa uno mismo y esa contemplación siempre nos deleita. El poeta Paul Celán definiría así el arte de la traducción. Como leer  poesía, oírla,  escribirla y hasta tratar de comprenderla, es siempre un ejercicio de traducción. Así que traducimos siempre, cuando escribimos y cuando leemos.
¿Qué es lo real?  ¿Hasta qué punto nos acercamos a  la verdad? ¿Cuál verdad?  Lea y su verdad será  también válida  y quedará  establecida. ¿Qué es lo íntimo? No hay diferencia para el hombre  de hoy, para quien el universo y lo que lo rodea no es más una representación. Todo integrado al hombre, lo significativo y lo intrascendente. Todo importa menos y todo va a la poesía. ¿Estaremos cambiando?  Puede ser;  lo cierto es que se vive con otra percepción, y con un sentido distinto del tiempo y del espacio.
Lea poesía, siéntase impulsado por el instinto y el enajenado vigor de las palabras. Ellas son más que fuerza, no son solo soluciones imaginarias.  Son la existencia, son movimiento;  siempre avanzando,  ponen en marcha toda esa corriente luminosa que desborda un caudal de eternidad.
Leer es el mejor camino para desandarnos de tanto dolor y malos momentos.  Leer es resucitar, nos pone de pie, nos vivifica, hace que el hombre nuevo que nace o se recrea en la poesía,  sea un ser superior dotado de lealtades y una nueva conciencia. Leer es haber vivido mucho tiempo,  es aprender de otros, ser herederos de esa memoria colectiva, poder integrarnos desde lo individual. Leer es lo que aproxima, y es repetirnos y es multiplicarnos.
Lea poesía, la lectura siempre será lo mejor, nos acerca a la vida que realmente anhelamos o nos gustaría descubrir, nos mejora y todo lo que nos hace crecer y mejorar, lo que nos concilia con esas  grandes verdades que ignoramos, nos gratifica. La lectura es diálogo que busca desentrañar el más oscuro y misterioso sentido de las palabras, sus hondos significados, pero va más allá.  No importa que tanto avancemos, o que poco descubramos, hay un deleite siempre en las palabras, ellas son como la buena música, despiertan ese hambre y ese deseo de  evocación. Y todo lo que nos provoca un deseo, es bien recibido. Festejemos esa poesía que nos incita al hallazgo y a la contemplación. Poesía que nunca será excusa, sino una invitación a quedarnos. Tomemos sus ofrendas, y acerquémonos a la divinidad. Vayamos  masivos en su riego febril y desbordado.  Si la escritura es representación, cuando leemos volvemos a presentar un universo íntimo o colectivo. Entonces también la lectura es acción creadora y transformadora del mundo. Todo lo escrito precisa de un lector para llegar a ser realidad, para manifestarse. Si todo existe por la lectura,  leamos entonces,   ella encierra muchísimas maneras de la existencia. Si la escritura reconcilia, también la lectura es  ese puente necesario, ese camino que nos acercará a otros y a lo divino. Lectura es el camino a la búsqueda y es una invitación para encontrar lo definitivo, lo que siempre estará extendiéndose  hacia la infinitud de lo vivo.

Para los poetas. Un poeta, diría Rimbaud, “dará  algo más que la fórmula de su pensamiento” dejará huellas y seguirá  en busca de esa plenitud que necesita, en busca de la conciliación. Y advertía  que ya no se trataba de una cuestión de género literario sino de actitud o, en todo caso, de lenguaje,  al proclamar: “la poesía no rimará más la acción: estará antes que ella”.  Estaba asegurando la creación de un lenguaje universal,  donde el poeta sería un multiplicador de progreso. ¿Videncia?  ¿Habrá  llegado ese tiempo?  El tiempo magnífico de la siega y el progreso.  La mies es mucha y los obreros son pocos. Oren al amo de la mies (la poesía) que envíe más  trabajadores. Sí, vendrán otros, muchos otros para dar continuidad, para seguir el cultivo de su propia alma y para rescatar al hombre de tanta ignorancia.
En espera de ese tiempo, el poeta siempre está en la escalada, en su lucha feroz con el ángel: siempre insistirá, hasta que consiga la bendición final; aún en su cojera, le queda la fe para seguir, sosteniéndolo con un fervor  definitivo. Y eso es el verso, lo que nos acerca a lo divino, derramándose como una anunciación de victoria, él es el que vence. Ha ascendido del abismo y ha conseguido inmortalidad.
Existían dos especies de poeta para Oscar Wilde. Los primeros, que aportan las preguntas y los otros, que traen  las respuestas. Wilde hace una clara división, pero ¿Cómo saber si el que pregunta nunca es el mismo que responde?  Decía además que los menos comprendidos son los poetas que preguntan, porque estaban llegando siempre tarde. También creo con total validez en esa poesía indagatoria e interrogante; pero creo que lo que  nos llevará a la felicidad no serán las preguntas sino las respuestas, las que hayamos sido capaces de encontrar a lo largo del camino. ¿Parecerá  mucho más  interesante leer entonces la poesía que contesta? Siempre es atrayente la poesía que es hallazgo, que avanza descubriendo, que revela.  Sabemos que el poema sólo puede representar  lo que  ya existe, y que el poeta ya sea artifex, alquimista o un pequeño dios,  es el que resuelve todas las contradicciones y vuelve a presentar la existencia desde su mirada y agudeza.  Su grandeza estará en la cantidad de voces que incorpora y  la multitud que acomoda en el verso;  estará  en toda esa afluencia que acompaña a su yo.
Multiplicidad, concurrencia, lo germinativo está en la poesía.   En el poema cifra y armonía, lo innumerable, la enormidad, lo inaudito y desconocido, fundiéndose para permanecer. “Una obra siempre está lejos de un fin”, ese carácter perpetuador le imprime a la poesía un sello. Poesía es lo que se renueva. El poeta padece una enfermedad por así decirlo que lo hace volver y volver al verso,  estará  pensando siempre en las palabras. El incurable síndrome del poeta.  La poesía es el regreso eterno, y el poeta, nunca satisfecho, el gran inconforme, volverá y volverá al verso como necesidad.
 
Poesía para  tratar de encontrarnos, y en el silencio de esa  proximidad  brotan palabras a veces sin sentido, palabras llenas de universos.  Palabras nuestras, las que se nos ofrecen, las que nos pertenecen ya de tantas usarlas. Y son, y se acomodan en el verso por  impulso,  las repetimos y se  nos vuelven recurrentes.  Ese sentido de pertenencia nos salva, somos fieles a ellas, nos premian.  Para el poeta las palabras son el maná bendito. Él estará buscando siempre la equivalencia, el equilibrio, las palabras saludables, las sanas que edifican, las más audaces y las que están  en la sombra también.   El poeta no desecha nada, le interesan todas las palabras,  esas que nos empobrecen y  nos confinan a un espacio estrecho en el que apenas podemos movernos, las que nos fijan al suelo y  las que nos hunden en el lodo.   Aún esas,  las abismales palabras, las peores palabras,  no somos capaces de ignorarlas. Otras nos desarman y nos denudan frente a todos los hombres. El poeta anda despojado de pudor, se siente divino, nada parece tocarlo,  todo está lejos de él. El ama la perfección de  las palabras aun con su limitado conocimiento, aun con sus pasiones y valores humanos. Palabras, palabras descoloridas, palabras llenas de encanto, inagotables, tremendas, traen las formas del amor y una continuidad. Ellas traen lo invisible y lo ausente, llegan al poema desde el silencio. Ellas son esa luminosidad, ese fuego que perpetúa.  Un Gehenna que siempre arde, consume y  purifica.
Ese volver  nos hace poetas. Esa constante búsqueda de la palabra liberadora, ese gusto por  hallar el verbo, lo más cercano al origen y a la verdad incontaminada,  esa inconformidad nos enfrenta a la poesía. Hay que librar una ardua batalla; contra lo sagrado donde mora toda la plenitud,  contra esas otras  realidades que desconocemos y nuestra propia ignorancia. El poeta con su existencialidad  humanamente dolorosa, busca vencer el tiempo y la muerte. Quiere quedarse, ama la eternidad,  lo inmortal del verbo, lo que trasciende. Él también con su soplo vivifica, crea otro ser a su imagen y semejanza y crea y recrea además su propio paraíso restaurado. La poesía lo dignifica. Jamás lo daña, en ella no hay reino devastado, ni carencias. Ella nos acerca a lo sublime y lo imperecedero. Como en el mito de Narciso, el poeta también ama la contemplación, verse él mismo,  ver su propia imagen que es la imagen de la belleza. Y él va más allá del acto de mirar, del propio acto de morir, vence el temor a la muerte.  El poeta busca perpetuarse en esa imagen que existe fuera de él y  que es él mismo. No quiere separarse de esa visión, quiere integrarse, no hay conformismo, morir para dar continuidad a la belleza eterna.  La belleza ya no es reflejo, es cosa en si misma separada y distinta.  La poesía lo enfrenta a su yo, quiere fundirse  a esa imagen aunque muera en el intento; de alguna manera muere el hombre, para que subsista la imagen de la belleza como resultado final: el poema.
 
La poesía como acto necesario.
 
Cítenme unos buenos versos que hayan arruinado a un editor– decía Baudelaire, y a los que se entregan o se han entregado a la poesía les aconsejó no abandonarla jamás. Concluye diciendo: “Todo hombre sano puede pasarse dos días sin comer, sin poesía nunca. Pocas cosas en la vida serán tan importantes como la poesía. El solo hecho de que ella sea lo esencial, lo que  nos acerca a lo perfecto y  lo grandioso,  lo que nos ampara y alienta con la esperanza de  poder derrotar lo efímero.
Poesía que renueva, que es camino en esa búsqueda de la esencia inmortal, que es desahogo frente al dolor y la triste realidad humana. No importa que ella necesite ser contemplada en su magnificencia, lo cierto es que el hombre tiene necesidad de ella para sobrevivir. El mundo entra en la poesía con su desorden e inconformismo. La poesía, puede llenar lo irracional de lucidez y puede devolver a la realidad ese carácter sobrenatural en un acto de restauración. Ella nos salva con ese anhelo e ilusión de libertad.
La poesía nunca terminará y eso es una garantía de que siempre existirán poetas.
Me gustaría terminar  con un pensamiento de Francis Ponge: “Los poetas no son más que embajadores del mundo silencioso. Así balbucean, murmuran, se hunden en la noche del cosmos, hasta que finalmente se encuentran al nivel de las raíces donde se confundirán las cosas y las formulaciones. He aquí  por  qué la poesía tiene mucho más importancia que cualquier otro arte, que cualquier otra ciencia…”

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