viernes, 1 de enero de 2016

 

La poesía lleva siglos acompañándonos, tiene mucho que decir pero la incapacidad es nuestra, incapacidad de ver y de oír, incapacidad  de dejar un criterio que resista el paso del tiempo.  Martí comprendía bien lo pasajero del saber humano cuando dijo: “tanto esfuerzo  para dejar a lo sumo como memoria de nuestra vida, una frase confusa, o un juicio erróneo’’ Si todas las intuiciones no llegan hacerse lúcidas, si casi todas las teorías no logran subsistir, si nada añadimos, si nada podemos sustraer más que a la angustia,  porque nuestro destino parece ser  “sufrir y desesperarnos”.  Si nuestro es también  el silencio y la memoria,  entonces ¿Por qué escribimos? La  cuestión parece ser: ¿Nos daremos por vencidos?  ¿Dejaremos de indagar,  dejaremos de decir?

 Nos gusta filosofar,  enceguecernos con lo luminoso de la modernidad, hacemos mucho ruido cuando creemos encontrar lo novedoso. Olvidamos que no existe nada nuevo,  lo nuevo somos nosotros, nuestra vida.  Nuestro es el fuego alimentado con luces desconocidas, en el canto nuestra exaltada intimidad junto a una nueva vibración,  y es  nuevo lo que contiene el ayer y nos contiene, porque lo que fue,  volverá a ser,  y lo que acontece tiene mucho de lo que vendrá.  En el universo todo es repetitivo, nada  ocurre una sola vez,  la infinitud se expande en muchas direcciones, no hay un único evento, ni un momento singular, “ el sol sale y el sol se opone, vuelve jadeante a su lugar para volver a salir fulguroso, el viento va hacia el sur y da vuelta en movimiento circular hacia el norte, en forma de círculo y sin demora vuelve, todos los torrentes invernales van al mar, no obstante el mar nunca está  lleno, al lugar donde salen los torrentes invernales allí regresan para poder salir” (Eclesiastés1)

De ahí que hoy sea común la idea de que todos los libros ya se escribieron, de que todo incluyendo nuestra vida es un reflejo falseado y mutilado, la idea de que la poesía ya está terminada, que en ella todo y siempre, que en ella  el ciclo absoluto del retorno eterno,  la  idea de que cada texto que se escribe pertenece a un mismo poema que comenzó en lo antiguo y continua en un nuevo contexto, tiene de alguna manera un sentido con lo ya explicado; pero debemos dejar fuera el pesimismo para no ver la historia como tiempo perdido, ni el tiempo personal empleado con el fin de dejar una verdadera y originar creación.

Recordemos la sentencia de Gertrude Steín: “Todos somos una generación de fundación” Aprender y olvidar parece ser la clave, el viejo tema resonando, la vida, la muerte, el hombre, el amor,  el desamor y vamos descubriéndonos, expresando lo que jamás se ha expresado. La escritura tiende lazos con lo ya vivido, con lo ya sabido, con el hecho único de volver al génesis y comenzar a nombrar.

La poesía moderna no quiere ser más que poema, expresa transformación de vida, en ese juego inofensivo de imágenes y palabras, sin perder el ritmo que en ocasiones es el de la vida. Poema con su energía apasionada ardiendo en nosotros transformando nuestra rebeldía.  No podemos vivir siempre mutilados,  siempre en las ruinas, abandonados sin asidero y sin certezas a las tempestades de esta época incierta y terrible. Oyeron que el arrepentimiento puede cambiar el futuro, si es así  entonces el futuro diferirá del presente. Nuestro es el tiempo apocalíptico, ese correr y apresurarnos, esa sensación de cataclismo,  de estar amenazados, nuestro es el temor y lo incierto.

 El hombre y su persistente vocación hacia el mal y lo irónico,  en su incidencia a la rebeldía, busca transgredir todas las veces, rebeldía es sinónimo de modernidad.  Todos quieren escribir poemas modernos. Algunos quieren  hacernos creer que el hombre  ha dejado de suspirar por lo bello, que la madre siempre es la prostituta y el padre es el pederasta, creer que todo ese intento poético es contemporáneo lleva un siglo acompañándonos. Ahora comenzamos hacernos consientes del error, ¿nos ha alcanzado esa generación de “malditos”?
También se dice que en la modernidad el autor nace con el texto, nada es previo,  nada es después del momento creador, pero en la modernidad también desaparece el autor,   para que nazca un nuevo creador: el lector. Ya se sabe que un texto no está terminado hasta que encuentra a un lector, y que la obra llega a ser una sola y misma cosa. Es el universo de los dos, son dos visiones dispares;  esa “unidad de contrarios”  es la que consigue esa participación.

Él escribirá una parte, otra,  y el lector con su interpretación hará una recreación del texto. Algo que no le preocupa para nada al que escribe. Valéry decía que: “un texto es como un aparato del que cada cual puede servirse a su guisa y conforme a sus medios; no es seguro que el constructor haga mejor uso de él que los otros”.

En la modernidad  se dice  que el autor nace con el texto,  que nada es previo,  y nada es después del momento creador.  Parece contradictorio el hecho de que en la modernidad también desaparece el autor  y que otro tome  el protagonismo. Ya sabemos que un texto no está terminado hasta que encuentra  a un lector y la obra llega a ser una sola y misma cosa. En la obra el universo de los dos,  son dos visiones;  la gran “unidad de contrarios”  un medio que consigue que el lector sea transferido a la obra para que escriba una parte, otra. El lector con su interpretación hará una recreación del texto. Eso no le preocupa para nada al que escribe. Valéry decía que: “un texto es como un aparato del que cada cual puede servirse a su guisa y conforme a sus medios; no es seguro que el constructor haga mejor uso de él que los otros”.

 

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