sábado, 19 de septiembre de 2015

LA PROMESA



LA PROMESA

Seguía aquel desconocido sin quitarle los ojos de encima, no solo porque no confiaba en él, sino porque llevaba en brazos a mi hijo Luis. Atravesamos una explanada antes de adentrarnos en un bosque de pinos que se alzaba imponente, temerosa y desconfiada trataba de mantenerme cerca, no era un hombre conversador, en todo el tramo y las horas que estuvimos juntos solo había cruzado conmigo unas pocas palabras.

Habíamos caminado más de una hora y estaba realmente fatigada, me dolían terriblemente los pies, pero no me quejaba. Estaba a punto de desmayarme por el calor y el agotamiento.  Hasta que por fin la voz dijo “Descansemos aquí” el hombre se detuvo poniendo a Luis en el piso, el niño corrió hacia mí. Busqué un lugar donde acomodarme para poder alimentarlo, pero desde mi rincón seguía al hombre con mis ojos, lo vi tumbarse en el suelo y al poco rato lo sentí roncar, fue entonces que cerré mis ojos y apreté al niño contra mi pecho, estaba tan extenuado que enseguida se durmió, fue entonces que como sucede siempre que estoy sola y hay silencio y que el niño se  duerme, que  aparece tu imagen intacta, idéntica, sin que se borre un gesto,  recordaba  cada rasgo de ese rostro que  yo amaba, aparecías siempre con una sonrisa fresca y juvenil, y la boca  se abría para repetir la promesa. “Espérame amor, aguanta un poco, volveré por ti y por mi hijo” y yo esperé, un año, dos, cuatro, como Penélope; pero a diferencia yo no esperaría siempre, te conocía bien, sabía que eres de los que cumplen su palabra, y esperé sí, a pesar de todos, porque mi familia te odió; porque me abandonabas embarazada de cinco meses y no te perdonaban que no esperaras ni a que naciera el niño; pero yo sabía que lo hacías por nosotros, para darnos un futuro mejor y estaba quedándome así con tu imagen, durmiéndome con ella, cuando la voz me sacó del ensimismamiento. “Tenemos que seguir”, el niño dormía plácidamente, volvió alzarlo en sus brazos y emprendió la marcha seguido de cerca por mí.  Una sola idea me hacía avanzar por aquellos trillos, un solo pensamiento, Luis necesitaba a su padre, y al fin estaríamos juntos.

Era bella mi tierra, me embebía del paisaje que dejaba detrás definitivamente pensando con dolor que mis ojos nunca más recorrerían esos sitios,  y me dolía lo que dejaba atrás, avanzaba con la angustia y el remordimiento  de no despedirme de los míos, no, no tuve valor,  sabía  lo que dirían, sobre todo mi hermano Manuel que había sido un padre para Luis, ellos me había apoyado siempre  y yo no podía decirles, “me voy y me llevo al niño”, así doliéndome mucho en el corazón,  avanzaba impulsándome una emoción muy fuerte, la del reencuentro, seguía avanzando porque tú eres el hombre que yo amaba, el único hombre, el padre de mi hijo.

Y era el amor siempre dándome fuerzas y motivación para seguir, el amor cuando me fallaban todos,  cuando estaba a punto de desfallecer, tu imagen y el recuerdo de lo que habían sido estos cuatros años sin ti. Seguíamos avanzando, cada vez que me alejaba sentía golpear mi corazón bien fuerte, internándonos cada vez en lo profundo.  Podía sentir el olor del mar, “ya estamos cerca” volvió a decir, y algo se me estrujaba en el pecho y sentí unas ganas terribles de llorar. Y lloré en silencio, me secaba las lágrimas con la manga de la camisa para que el desconocido no lo notara, y para que cuando Luis me miraba con aquella carita de susto y agotamiento no viera que yo estaba tan asustada como él.

Volvimos hacer un alto, el niño se había dormido, me alegré porque me sentía fatal, me tumbé en el suelo, me pareció cómodo y el mejor lugar del mundo para descansar, y puse al niño sobre mi pecho, cerré los ojos,  no conseguía dormir, tenía muchos sentimientos encontrados. Pensaba en  la cara que pondrían todos cuando estuviéramos juntos, en la cara de aquellos cuyos comentarios malintencionados  llegaron a oídos de mi familia diciendo:  “que tenías otra y que llevaban  tiempo y que hasta te habías casado”, y  tantas  otras tonterías, que dirían ahora  que cumplías tu promesa, porque eras un hombre de verdad y venías por mí, por nosotros, y nunca dejaste de mandarme dinero y preocuparte,   llamándome, —cuando podías claro—,  nunca fallaste un mes, y trabajabas duro para sacarnos, y yo sabía, sabía que vendrías por mí, y estaba feliz de imaginar qué harías cuando tuvieras a tu hijo en los brazos.  Qué dirían aquellos que siempre dudaron, que echaban leña al fuego para que te olvidara y rehiciera mi vida.  Dos años me bastaron para conocerte bien, para amarte, así como te amo, nada podía hacer que me olvidara de ti, nada ni siguiera la distancia. Esperaba segura de que ibas a volver por mí, aunque nadie creyera, yo era tu amor, no importa lo que dijeran, ellos no te conocían, nadie te conocía como yo.

La tarde avanzaba, me parecía que tenía un triste color, seguía la opresión en el pecho, hacía un calor insufrible. Miraba entre las ramas de los árboles un cielo que palidecía mientras comenzaba a golpearme una estúpida indecisión, no dejaba de pensar en mi hermano y en el dolor que les daría a todos llevándome al niño, Luis era la locura de la familia, la alegría que nos había unido, todos desviviéndose por él, pensé en papá y en lo que diría, en mamá y lo que iba a sufrir. Empecé a sentir un arrepentimiento, unas ganas muy fuertes de regresar, de llamar a Manuel para que viniera por mí y por mi hijo; pero ya era demasiado tarde. El desconocido debió notar mi perturbación y angustia porque no dejaba de mirarme, me sentí incomoda con aquellos ojos inquisidores sobre mi rostro, que me miraban sin decir palabra.

Mientras más avanzaba la tarde, más me invadía ese sentimiento de desesperación, me empezó cierto nerviosismo, cierto temor a que me cogiera la noche sola con el niño y con aquel hombre del que solo sabía que se llamaba Juan, lo vi apartarse, lo sequía recelosa con mis ojos, escuché que hablaba con alguien por teléfono, pero no pude escuchar lo que decía.

“Estamos cerca, no falta mucho”  —me dijo al regresar— “falta muy poco”,  esas palabras trataron de calmarme; pero yo seguía inquieta, no sé porque no dejaba de preocuparme, imagino que eso nos ocurre siempre cuando nos enfrentamos a lo desconocido, yo le temía al mar, era un miedo de siempre, pero no me había detenido a pensar en ello, eras tú o el mar, eras tú o mis miedos y siempre vencías.

Me hizo un gesto para que le entregara a Luis y para seguir camino, yo se lo cedí porque ya no tenía fuerzas, pero siempre que lo hacía me quedaba con una intranquilidad y con un sobresalto, luego caminaba junto a él sin perderle ni pie ni pisada, sacando fuerzas no sé de dónde para llevar su paso.

Y seguía, seguía por un camino cada vez más cerrado, nos cercaba el verde y una tupida maleza. Andamos un rato.

“Es aquí”  la voz por fin anunciando la llegada, “tenemos que esperar hasta que anochezca” Yo trataba de luchar con el ser negativo que llevaba dentro, trataba de callar todas las voces, para solo escuchar tus palabras. El recuerdo de tu voz entre los mosquitos, los zumbidos que eran cada vez más insoportables y las picadas. Tu voz y la noche cayendo lentísima, el llanto de Luis y miles de sensaciones y emociones agolpándose, pero tenía que estar contigo, eso me decía el corazón. Tu voz más alta que el ruido del mar, la promesa pesando más que todo, empujándome con mucha fuerza, la ilusión haciendo ola, un sonido más alto que el sonido del mar y el de mis miedos, una presencia impulsando mi voluntad, un último sacrificio, y al fin juntos.

Ya había oscurecido y mi desesperación había crecido tanto que ya no me importaba que me viera llorar, el niño también lloraba y yo estaba muy angustiada.

Sentí la opresión fuerte de una mano sobre mí, me volví, la mano señaló el mar, yo solo vi una sombra en la negrura de la noche, una sombra que aceleraba mi corazón de un modo impredecible, me incorporé para ver mejor, apreté al niño contra mi pecho y avancé, entré en el agua y seguí avanzando, el niño comenzó asustado a llorar fuerte, lo apreté  duro contra mi pecho y lo calmé; “es papi…, es papi… en vano trataba de tranquilizarlo,  lloraba más al sentir el ruido del mar y  mientras  yo seguía internándome en el agua oscura,  mientras avanzaba el agua iba subiendo y mi paso se hacía cada vez más lento, tanto que me costaba caminar, no lograba  avanzar, me parecía que seguía parada en el mismo lugar. Hacía una increíble  fuerza, el peso del niño y del agua que casi llegaba ya a mi pecho dificultándome la marcha,  y yo queriendo subir a Luis en alto cuando las fuerzas se me acababan, y yo casi hundiéndome cuando otra fuerza comenzó a tirar de mí, y eras tú y eran tus brazos, tú alzando por fin a Luis, abrasándolo contra tu pecho, besándolo mucho, y eras tú tan diferente, sin mirarme, sin hablarme, sin sacarme del agua y yo casi helándome  y sin fuerzas esperando a que me saques del agua. Y sigues sin mirarme, y sigo temblando, esperando a que reacciones y te acuerdes de mí, pensando que era la alegría de tener a tu hijo en los brazos lo que hacía que me olvidaras. Y sigues sin mirarme, sin decir una palabra mientras la embarcación comienza a alejarse. Y no puedo pensar, no puedo creer que me dejes, porque me dejas en el agua, sin que te importen mis gritos, ni mis súplicas, sin importarte que enloquezca, porque enloquezco, sin importarte el peor dolor que estoy sintiendo, las ganas de hundirme en ese mar por la terrible decepción y la impotencia.

Y trato de calmarme y me calmo pensando que vas a virar por mí, que fue quizás la emoción, la alegría de conocer a Luis, y estoy segura de que cuando te des cuenta vas a regresar. Y me engaño pensando que vas a volver creyendo conocerte.  Y no, no te conozco, no te creía capaz de hacerme eso, nunca pensé que tuvieras corazón para quitarme a mi hijo.

Y sigo esperando, una hora, dos, tres, no sé cuántas, no apareces, y el agua se vuelve cada vez más fría y pesada. En vano grito y me agoto, en vano sigo gritando tu nombre, llamándote mucho, desesperándome hasta quedar sin voz, hasta que todo se vuelve silencio, un silencio pastoso y apretado.

Hasta que por fin de la noche surge un ruido de motor que se acerca, y se revuelven mis entrañas, y una ligera esperanza me engaña aún más, y río en mi locura, con las pocas fuerzas que me quedan porque vuelves. 

Y me confunden las voces, la luz de un reflector que ahora apunta directo hacia mí hasta cegarme y sigo confundida, entre tanta ceguera, buscando un rostro que no encuentro, en esa otra embarcación que se acerca despacio, que llega hasta donde estoy.

Y no puedo luchar contra esos brazos que intentan sacarme, que me sacan, mientras les imploro, mientras les ruego que no, que tengo que quedarme. Y en vano me resisto, en vano grito y pataleo, esos brazos me vencen, me suben, me dejan tendida en el piso frío de esta embarcación donde estoy, con la mirada perdida en el infinito, en ese infinito que se dispersa y va colapsando lento, lentísimo, como mi corazón.   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario